Tiro al plato
mayo 19, 2021Eva Levy es experta en diversidad, con cerca de treinta años de voluntariado muy activo en defensa de la igualdad laboral y profesional de hombres y mujeres, ha abanderado la lucha para que las mujeres puedan llegar a los puestos de alta dirección. Conferenciante habitual en temas de diversidad, igualdad y gestión, es senior advisor de diversas compañías y Presidenta de Honor de WomenCEO.
Tiro al plato
Dice el poeta que “abril es el mes más cruel” y tal vez lo sea en este 2021 de nuestra pandemia. Y es que, por unos instantes, solo por unos instantes, pensé hace unos días que el ministro Escrivá —Seguridad Social— había decidido encarar el gran tabú del trabajo de los “viejos”, cuando planteó ventajas económicas para quienes retrasen su edad de jubilación. Pero solo eran palabras: la oferta económica —que podría ser interesante— tiene una letra pequeña demoledora y se obvia que llegar vivo, profesionalmente hablando, a los 66 o 67 años —y más allá—es hoy un milagro, más que una decisión voluntaria. Que se lo digan a todos esos expulsados del mercado a los 45 años, los 50 o los 55, de todas las categorías y sectores. De hecho, el Tiro al Senior nos pondría a los españoles en el medallero si tal deporte entrase en los Juegos Olímpicos.
Me hubiera gustado que el ministro Escrivá, tan sabio en materia de pensiones, hubiera roto el espejo y puesto sobre la mesa ese gran debate siempre ausente sobre nuestra economía y el misterio por el que maltratamos laboralmente tanto a los jóvenes como a los “mayores”, generando con lo que queda en medio un emparedado de lo más indigesto. Y, encima, los partidos más nuevos, al margen de su agitada vida y futuro confuso, no parecen haber aportado ni una idea cabal que permita cambiar las cosas y aprovechar el talento de unos y de otros, ni vincularlo a la revolución tecnológica en la que estamos inmersos, donde ni los menores de 30 son tan nativos digitales como se pretende, ni los viejos utilizan tablillas y escritura cuneiforme.
En cualquier caso, el 25% de los parados españoles son mayores de 50 años (el doble de lo que representaban hace un decenio y ya venían mal dadas). A veces, su liquidación viene “justificada” por malas circunstancias de la empresa, pero son muchas en las que se van acumulando obstáculos para crear la ilusión de que no están a la altura de los tiempos y sí desfasados. En cualquier caso, de esos parados, el 70% lo son de larga duración y no lograrán reincorporarse a ese mercado que les permitiría cotizar y asegurarse una pensión sobre la que no nos ilustra el señor Escrivá. En ese 25%, la mitad —un 12,5%— son mayores de 54, con las peores perspectivas y una división que me interesa particularmente: el 11,3% son hombres y el 13,8, mujeres. Ese desequilibrio de “género” suele mantenerse en el paro y acusarse más cuanto más avanza la edad. Por último, un dato que ofrece la Fundación Adecco y añade otro clavo al cajón donde sepultar el despistado optimismo del ministro: el 83% de los responsables de RRHH españoles reconocen no haber contratado a nadie con más de 50 años recientemente.
¿Es todo esto inevitable? En principio, el Estatuto de los Trabajadores rechaza expresamente la discriminación por edad y una sentencia del pasado noviembre puso contra las cuerdas a Huawei España por el despido de 5 empleados —entre los 49 y los 58 años— inspirado en la supuesta necesidad de relevos rejuvenecedores. Otras sentencias, desde 2015, están apoyando a veces despidos por edad, pero si están cerca de la jubilación y se protege al trabajador, mientras señalan la fragilidad de quienes pierden su empleo antes de tiempo. Aunque no todo el mundo acude a los altos tribunales y ahora tendremos ocasión de verlo con los tumultuosos despidos previstos con fusiones bancarias y otras operaciones, cuando descubramos si el “corte” lo ponen en los méritos y las necesidades de la empresa o en los años de los trabajadores. Eso, por lo que se refiere a las grandes empresas: el rosario de despidos en las pequeñas será más callado (y doloroso).
Pero tampoco hay que tirar la toalla. Por ejemplo, los Estados Unidos, que suelen precedernos para lo bueno y para lo malo, se toman en serio un nuevo “tsunami” del “silver age”, de la “edad de plata”, representado por mayores de cincuenta años, que parecían listos para la jubilación y están tomando sin embargo salidas inesperadas. Es un error imaginar que tecnología y las start up son solo cosa de jóvenes. Combinar fuerza y talento, energía y experiencia supone una riqueza de la que se beneficiarían jóvenes y mayores.
En todo momento estamos hablando de opciones personales y del lujo que puede representar para la sociedad tener profesionales aportando —y cotizando— más allá de la jubilación. Siempre será una relativa minoría que difícilmente quitaría puestos a los jóvenes, sobre todo porque con el desplome demográfico nos van a faltar manos. Manos e imaginación: en eso España necesita una flexibilidad y una apertura mental para no castigar iniciativas post jubilación que hasta ahora nadie ha demostrado.
El asunto demográfico no es menor. Sin renovación generacional mal se pueden mantener las ventajas, mejores o peores, conseguidas hasta hoy. Yo no veo más que tres soluciones: o aumentar espectacularmente la rentabilidad de lo que hacemos; o recurrir a la inmigración cualificada, donde competiríamos con países más atractivos; o permitir a los “silveristas” seguir trabajando, codo con codo con la nueva generación, y explotando nuevas modalidades laborales que solemos enfocar de manera cicatera, cuando pueden ser excelentes: jornadas reducidas, trabajo por proyectos, etc.
Sería una verdadera revolución cultural, aunque pautas arraigadas y algunos intereses corporativistas dificultarían el diálogo de partida —lo hemos visto tiempo atrás en Francia, cuando se quisieron modificar privilegios inviables—, pero si cada participante —empresas, trabajadores, sindicatos, estado—analiza la cuestión de lo que implicaría contemplar la vida laboral de otra manera, el resultado se traduciría en riqueza y satisfacción a todos los niveles. No se puede seguir ignorando que la edad media de vida ha aumentado de manera significativa y que quien era hace solo treinta años un anciano es ahora, a la misma edad, una persona cuyas posibilidades están lejos de estar agotadas.
El ministro Escrivá no se equivoca al ofrecer incentivos para seguir trabajando. Sí lo hace cuando lo condiciona tanto que no servirá sino a muy pocos, pero es que, además, las ventajas también deberían verlas —y plantearlas— las empresas.
Artículo publicado el 27-4-21 en la revista digital Curiositá, de la Fundación Personas y Empresas
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