Carrera de armamentos, suma y sigue
febrero 5, 2019Ahora resulta que no se han cumplido los acuerdos que se firmaron para cerrar la Guerra Fría. El gobierno Trump anuncia que se retira del tratado INF de misiles de rango corto y medio, suscrito en 1987, y pasa la culpa a Rusia. Y el gobierno ruso asegura que los americanos llevan años infringiendo el tratado de desarme o de control (que ya no sabemos muy bien qué era). Parece ser que no se ha procedido a la destrucción de los misiles pequeños y medianos, con sus lanzaderas y equipos asociados contemplados en el susodicho tratado. Así las dos grandes potencias nucleares del mundo amenazan con meterse de lleno en otra competición con este tipo de armas. Para certificarlo, el ministerio de defensa ruso anuncia que empezarán a desarrollar un nuevo misil hipersónico terrestre de medio alcance. En consecuencia, la industria bélica americana hará su agosto situando en Europa, nuevos de trinca, sus misiles de este tipo. Pero es que… en medio estamos nosotros, los pequeños europeos y los misiles rusos sólo pueden caer en nuestras casas, así como, desde el territorio de la UE, los misiles americanos último grito en los hogares rusos. A base de amenazas aumenta el riesgo de una guerra nuclear en el mundo y con el alcance reducido de este tipo de cohetes queda menos tiempo para contrarrestar posibles errores humanos o técnicos.
Con tales precedentes e interlocutores, ¿es factible plantear un nuevo tratado de desarme o de control nuclear? Mientras tanto, al margen de los dos grandes, China sigue su propio camino. Igual que su patrocinado, el déspota de Corea del Norte. Pakistán por su cuenta está desarrollando una nueva generación de armas nucleares “pequeñas” o sea más manejables… Israel no dice ni mu, y si hay algún otro que no firma los tratados, o se los salta a la torera, disimula mientras silba y va mirando hacia otra parte.
Parece que los ciudadanos de la UE no tenemos mucho que decir. En un editorial antiguo nos quejábamos de lo mal que los líderes de Occidente gestionaron la caída de la URSS, en el fondo el último gran imperio que quedaba del siglo XIX. Dirigentes menos patosos y con más visión de futuro podían haber aprovechado la caída del muro de Berlín y la buena disposición de Gorbachov, Yeltsin e incluso del primer Putin. No fue así, prefirieron seguir contando con el adversario ruso de siempre. ¿A quién le ha interesado durante estos años mantener y engordar al tradicional enemigo del este europeo? Esta es la pregunta que alguna vez habrá que hacerse. Simple y llanamente se ha ido cebando al nacionalismo ruso y a la que es la principal industria del país, la armamentística, basada en la industria pesada y en la centralización científico-técnica tan caras a los comunistas. Se ha mantenido al enemigo oficial de siempre, con lo que se justificaban mejor los presupuestos de defensa, mientras por doquier los enanos le iban creciendo a Occidente (algunos no tan enanos, por cierto). ¡Bravo, buen negocio para los occidentales y los europeos, y para el pueblo ruso que sigue siendo el principal pagano en la fiesta del armamento y los desfiles patrióticos! De esta manera se va paralizando en Rusia el desarrollo de una clase media que pueda sostener una democracia liberal homologable. Según el conocido principio del derecho romano, ¿cui bono o cui prodest?, ¿quién se beneficia?
O acaso es mejor preguntarse simple y llanamente: “¿va la estupidez en aumento?”. Así titula Giancarlo Livraghi uno de los capítulos del libro El poder de la estupidez. La respuesta del autor es por supuesto afirmativa. Otro italiano preocupado por la cuestión, Carlo M. Cipolla, formuló la Primera Ley sobre la Estupidez, según ésta “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”. Aunque el problema monumental, afirmamos nosotros está en encumbrarlos a los más altos puestos de responsabilidad. O sea, formulando la pregunta de otra manera: ¿quiénes son los gilipollas que colaboran en tan macabra tarea? El sueño de la razón produce monstruos, que amamantan leviatanes gobernados por idiotas. Los intelectualillos y gacetilleros que viven de jalear a esos inútiles tendrán oportunidad de regalarnos en el futuro nuevas tesis doctorales basadas en la doctrina de “la destrucción mutua asegurada”. Que al menos salga ganando algo la industria editorial. De todas las salvajadas que en la historia se han dado en el mundo, o de las que Europa contempla en la actualidad, con más o menos indiferencia, la peor de todas es, seguramente, la que está contribuyendo a perpetrar contra ella misma. Y todo por falta de cabezas claras en el gobierno de los estados y en la gestación del pensamiento político que los conforma y justifica.
En este primer trimestre de 2019 acaba de publicarse en castellano el libro de Lawrence David Freedman La guerra futura. No tenemos claro si la visión innovadora del catedrático emérito de Estudios Bélicos en el King’s College de Londres queda ahora puesta al día. De escribirla hoy, quizás en su obra sobre las guerras que se planean para el futuro inmediato, con robots, drones altamente sofisticados y ataques cibernéticos le dedicaría algunas páginas extra a la “vieja” guerra nuclear. En este caso la de los europeos del oeste contra los del este y viceversa. Desde Rusia con amor, vale se puede aceptar la broma, pero… ¿desde América con rencor? ¿En qué cabeza de chorlito puede caber semejante memez?
Francesc Ribera