El Covid-19 y la increíble Europa menguante
mayo 19, 2021Las crisis sirven también para testar la salud de las organizaciones. Hemos podido comprobar la gestión del Gobierno central español y de las CC. AA. Unas lo han hecho mejor, otras peor: las peores, por cierto, han sido y son las que tienen que gestionar un mayor número de vidas y de muertes. Ahora también es oportuno pasar revista a la administración que desde la UE se ha hecho de nuestros pellejos y bolsillos. Si las administraciones de las dos instancias anteriores son manifiestamente mejorables, esta no les va a la zaga.
En el largo proceso, que va del París de 1951 al Maastricht de 1993, más los añadidos posteriores a base de juntar piezas sin mucho arte en este desequilibrado mecano se ha conseguido pergeñar un curioso Frankenstein, bastante torpe, muy lento, medio ciego y a veces sordo como una tapia. La vieja (en todos los aspectos) población europea trampea su falta de vigor biológico y de orden mental como puede. Lo segundo, no lo duden, es mucho más grave, porque de la cabeza suele depender en gran parte el resto del cuerpo, sea nuevo de trinca o con varias vueltas en el kilometraje. Para ello nuestra flamante unión política dispone de sus eximios estados-nación, gobernados en su mayor parte por burócratas desangelados que siguen a dirigentes mediocres. Unos estados que a veces no coinciden cabalmente con las naciones que albergan y a veces pretenden abarcar culturas que sobrepasan con creces sus límites geográfico-políticos. Pero volvamos al monstruo quirúrgico formado a base de juntar piezas de organismos ajenos, más o menos vivos. Por lo que se va viendo, el pobre ser que hemos creado en común (acaso con la idea de esbozar un futuro Leviatán europeo) parece demasiado corto de entendederas.
Ya hace tiempo que dura la parálisis o degeneración del espíritu del proyecto original, el de los padres fundadores. Desde aquellos primeros escarceos llevamos más de dos generaciones. Muchos nos hacemos esta inocente pregunta: ¿A cuánto habrá que esperar para que aparezcan nuevos reformistas que enderecen el rumbo hacia nuevos horizontes, como pongamos por caso, el de liderar este mundo traidor en el que nos ha tocado vivir? Otra buena crisis para removerle los huesos al monstruito se nos presentó, en 2008, en forma de locas bacterias financieras que se desbocaron a partir del poder bancario americano y global. En los Estados Unidos las instancias públicas corrigieron y sancionaron (aunque moderadamente) a los principales fautores de la crisis del tocho. Aquí, nada, que sepamos, apenas quejas, lamentos, algunos tímidos controles y buenos deseos de que no vuelva a repetirse el desaguisado. ¡A ver quién es el guapo, entre toda la quincalla política que enviamos a Bruselas y demás centros de “poder” europeo, que se atreve con los altos poderes, de verdad, que mueven el universo mundo!
Ahora la crisis viene en forma de virus. Menos mal que se le bautizó como Covid-19, que es cuando se detectó y empezó a evolucionar por suelo europeo. Si le hubieran puesto después del nombre de pila el apellido 20, se hubieran podido escamotear algunos meses de sufrimiento en la memoria de una población propensa a la amnesia colectiva. Ya va un año natural, más lo que llevamos del presente, que estamos luchando contra el coronavirus, cada cual en su territorio y la UE en el espacio de todos. Las estadísticas, en especial en los países del sur, son demoledoras, desde las últimas guerras intraeuropeas o civiles no se había dado una lista de bajas parecida.
La reacción ha sido pues, lenta, como corresponde a personas u organismos ancianos y de mente poco ágil. Nuestros burócratas y políticos eurócratas son así. Ni en el centro europeo ni en las periferias regionales se aprecia una capacidad teórica o programática solvente ni una voluntad política seria y enérgica de superar el estancamiento colectivo en las mesocracias que forman la UE, en las que los populismos de derechas e izquierdas van clavando sus colmillos.
En lo que se refiere a la política, en esta revista nos interesa la Calidad del Gobierno (o QoG, por sus siglas en inglés), su capacidad de administración y gestión; aunque también y de manera muy especial, puesto que condiciona seriamente la anterior, la Calidad Política con mayúsculas en la dirección. Es muy inocente esperar que de unos gobernantes que en su inmensa mayoría no son capaces de acreditar la calidad y la excelencia en su gestión profesional privada pueda derivarse una gobernanza óptima de lo público. Esta clase de políticos no saben lo que es la anticipación a los problemas, la presta detección de las amenazas que hay que enfrentar y la movilización de los recursos humanos y materiales precisos para superarlas. De ello se deduce la lentitud y, demasiado a menudo, la inoperancia. Ejemplo: si no tuviéramos constancia de la rapidez americana, británica e israelí en vacunar y conseguir la inmunidad de grupo en sus poblaciones, aún hoy estaríamos en babia encantados con los cantos de sirena de una prensa intervenida y de los corifeos babeantes —que se autocalifican de europeístas— alabando tanta parsimonia administrativa, tanta mansedumbre colectiva y tanto conformismo moral e intelectual.
Para no alargar demasiado el artículo y la consiguiente letanía de quejas, nos vamos a centrar en un solo personaje de los que mueven los hilos de esta Europa carente de líderes a la altura de los retos actuales y de los que son previsibles en el futuro inmediato. La licenciada en Medicina Ursula von der Leyen antes de estrenar el cargo actual de presidenta de la UE se ocupó en el gobierno alemán, de 2013 a 2019, de la responsabilidad de la defensa, ni más ni menos. Nos importa poco qué partido o qué líder político concreto le ordenó dirigir la ofensiva, lo que sí nos atañe como ciudadanos europeos es si su gestión fue entonces eficaz y eficiente para promoverla al cargo supranacional. Como ministra de los caballeros de la orden de la estaca y de los husmeadores de posibles amenazas internas o externas no parece haber destacado: ni acrecentó la moral de los profesionales bajo su mando ni la capacidad operativa de las fuerzas armadas alemanas ni su organización ni los medios disponibles para la tarea. Hay un caso emblemático que sirve para resumir el sentido de previsión y vigilancia de ella y de su equipo: el del edificio del nuevo servicio de inteligencia alemán. El faraónico edificio fue inaugurado en 2020, sus obras se presupuestaron en 720 millones y han acabado costando 1.044 millones (aunque, por otra parte, eso se está haciendo demasiado habitual en las contratas de obra pública en su país y, por desgracia, parece ser que en todas partes). Pero, centrándonos en el caso particular de nuestros aliados alemanes, que han tenido a bien proponernos a esta política suya en nómina, resulta que en 2015 alguien robó los grifos de toda una planta del edificio en construcción y los responsables, como corresponde, salieron entonces a calmar a la ciudadanía: que todos tranquilos, que los lampistas (teutones, españoles, sirios o quienes correspondiera o correspondiese) repararían pronto el desaguisado, que las obras acabarían en 2016 y que blablablá.
Ante tales precedentes, que mutatis mutandis son los mismos que pueden acreditar la mayoría de sus congéneres europeos, ¿a alguien le extraña que la única vacuna europea, aparte de la británica sui generis, diseñada y fabricada (y cobrada) íntegramente en Europa sea la rusa? ¿A alguien de verdad, le ha extrañado el timo de la estampita de Boris Johnson al poner en el contrato de la vacuna AstraZeneca que se prime la fabricación para el Reino Unido y que el resto de europeos ya se espabilarán? Menos mal que la diseñada en Alemania, por dos genios turcos de la biotecnología, funciona y se va fabricando en el territorio común (aunque, eso sí, cobrando la parte del león la empresa americana que gestiona el asunto económico). ¿Entonces, dónde queda Europa? Podríamos poner otros ejemplos igual de sangrantes, pero con solo dedicarle cuatro líneas a la capacidad resolutiva para superar el socavón en la economía, privada y pública, causado por la pandemia será suficiente. De nuevo me refiero a los aliados norteamericanos: es cierto que en Estados Unidos la unidad de mando permite acciones ejecutivas más rápidas y diligentes, pero también es verdad que, una vez pasada la locura negacionista de Trump, el equipo del nuevo presidente está dándonos una lección sobre cómo hay que levantar una economía que acaba de salir del hospital. Hay un abismo entre lo que están haciendo americanos e ingleses y lo que hacemos los inocentes europeos. Los continentales somos proclives a las procesiones conjuntas, entonando salmos y ofreciendo lirios y guirnaldas al becerro de oro, para acto seguido proceder de manera sosegada y calmosa. No sea que se nos dispare la presión arterial, el colesterol malo o vete tú a saber qué.
Francesc Ribera