La segunda oleada y la conjura de los necios

La segunda oleada y la conjura de los necios

octubre 1, 2020 Desactivado Por inQualitas

Es un hecho probado que la peor gestión en Europa de la pandemia del Covid-19 ha sido la del gobierno español y sus comunidades autónomas. Las cifras son apabullantes. A la cabeza del numeroso pelotón de los torpes destacan el gobierno central, la comunidad de Madrid, Cataluña y las dos Castillas. Que se sepa, nadie ha dimitido y a nadie se ha cesado por incompetente. Cierto que los gestores públicos han tenido que bregar con algo desconocido en el continente, pero nueve meses después de los primeros contagios tenemos derecho a pedir más certezas y menos improvisaciones.

El pasado 7 de agosto una veintena de científicos, la élite de la investigación española en epidemiología, hizo un llamamiento al Ministerio de Sanidad mediante una carta al director de la revista británica The Lancet, especializada en su área de actividad. Pidieron al gobierno que una comisión independiente de expertos analizara los fallos cometidos, para actuar con más acierto en la toma de decisiones. La impulsora de la carta, Helena Legido-Quigley, especialista en Salud pública de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, remarcaba: “Es importante que sepamos lo que ha pasado, ahora que la situación no es tan difícil como al principio, sobre todo para poder estar listos frente a una posible segunda oleada en otoño”. Se pedía, por favor, la máxima diligencia en esta evaluación independiente e imparcial por parte de un panel de expertos españoles e internacionales, para analizar de manera fría y racional la actuación del gobierno y de las 17 comunidades autónomas.

¿Dónde están los resultados? El diecisiete de septiembre leemos en la prensa (diez y siete veces, porque no damos crédito a semejante desidia gubernamental) que Sanidad hasta la fecha no había hecho ningún caso a quienes reclamaban esta auditoría externa. Desde el ministerio ni siquiera se había agendado una reunión con alguno de los expertos que la pidieron públicamente. ¿Acaso, pensamos, nuestros grandes gestores, con el presidente del gobierno a la cabeza, tenían como prioridad tomarse unas vacaciones?

Los científicos se han quejado del ninguneo y, cuando a finales de septiembre los medios han aireado un segundo manifiesto en la misma revista, el gran ministro de Sanidad (por fin) accede a reunirse con los demandantes. Así pues, el 1 de octubre se ofrece a la posteridad la foto oficial con los firmantes del manifiesto, acompañada de la consiguiente declaración rimbombante de buenas intenciones. Suponemos que para empezar a trabajar en la auditoría, si es que llega a suceder en realidad. ¿O no? Mientras tanto en la “guerra de Sánchez” sigue la retirada desordenada con el inevitable ridículo internacional.

Se han sumado a tan razonable y elemental petición 50 especialistas más y decenas de sociedades científicas, de pacientes y diversas organizaciones de la sociedad civil. Los Colegios de Médicos amenazan con rebelarse, la indignación es evidente y la comunidad médica y científica reclama un compromiso firme de los gobiernos centrales y autonómicos para escuchar sus propuestas. Pero, a la vista de los precedentes, y con el mismo personal dirigiendo la segunda ofensiva en el ministerio y en las consejerías de Sanidad de las CC. AA., es de prever que continuarán las decisiones erráticas, siguiendo el consejo interesado de expertos mediocres que van al compás de los deseos de los “expertos” políticos que les dirigen.

Subrayaban los científicos en su primera carta la reacción tardía de las autoridades centrales y regionales, así como la mala coordinación entre CC. AA. y gobierno central, junto a los lentos procesos de toma de decisiones y en demasiados casos la baja calidad en el asesoramiento científico. La impulsora del primer manifiesto destacaba en una entrevista a la prensa que “hay países dotados de un modelo descentralizado de sanidad, como es el caso de Alemania, que ha funcionado muy bien”. La transferencia de esta materia a las comunidades no tiene por qué ser algo negativo. Igual, argumenta y defiende a este respecto, “lo que toca es fortalecer el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CAES) o el mismo Ministerio para futuras ocasiones”. Se quejaban también nuestros científicos “de las disfunciones diarias en la información, en una época en que el flujo de información es instantáneo”. Se remarcaba “una general falta de preparación ante una pandemia de estas características, con sistemas de vigilancia débiles, baja capacidad para pruebas de PCR y escasez de equipos de protección personal, altos niveles de movilidad de la población y una pirámide de edad en la que predomina la población adulta y anciana, falta de preparación en las residencias geriátricas y abundancia de grupos vulnerables con grandes desigualdades sociales y de salud”. Y de que “los mismos errores se han seguido cometiendo cuando se dejó pasar a la segunda fase a muchas regiones que no tenían todavía las capacidades para responder ante los posibles rebrotes, como más tarde se ha visto”. En la retahíla de deficiencias la única disculpable es la falta de conocimientos específicos para abordar un mal que nos ataca por primera vez. En este aspecto ha pillado por sorpresa a casi todos los gobiernos del mundo. Pero, nueve meses después, esto ya no es excusa para seguir improvisando.

Por este motivo los científicos pedían esta evaluación imparcial y urgente. Porque ahora viene la oleada que va de veras, con los centros educativos abiertos y la economía a pleno rendimiento (o al menos eso esperamos). El diagnóstico puede hacerse con la metodología que ellos proponen. Pero, con los inútiles que nos gobiernan, la capacidad de anticipación ante los problemas que puedan surgir nos tememos que será la misma que en la ocasión anterior: lenta, errática, sumamente mediocre y, remarcamos, la peor de todos los países europeos. En cuanto a la eficiencia y la eficacia en la reacción: pues, posiblemente, nuestros gestores públicos seguirán improvisando, tapándose la vergüenzas o destapándolas según el interés partidista de cada cual, mareando la perdiz a la hora de informar o torturando las cifras para retorcer la mentira hasta convertirla en verdad y la verdad más elemental en mera entelequia filosófica. Y, por supuesto, retrasando lo más que se pueda una evaluación imparcial que descubra ante el mundo la ineficacia, la ineficiencia, la falta de preparación profesional, técnica, científica y cultural, organizativa, y en algunos casos incluso humana y moral, de la mayor parte de los políticos profesionales del Estado español, que viven de y medran en la política, porque seguramente no sirven para trabajar en empresas y organizaciones privadas que sí fiscalizarían su desempeño y los rebajarían a otras labores que nada tienen que ver con la dirección. La ausencia de un liderazgo de calidad también es muy preocupante en la gestión económica de la crisis. No solamente los tradicionales emisores de turistas hacia España han reaccionado alarmados ante la incompetencia de los poderes públicos y del conjunto de la sociedad. Grecia, Francia, Italia y Portugal han separado su nombre, su prestigio y su gestión de la marca España. ¿Por qué no son cesados inmediatamente los gestores públicos, funcionarios expertos y enteradillos de todo pelaje y condición que mariposean entre lo público y lo privado felices en un ecosistema político-comunicativo viciado desde la base?

La evidencia es apabullante y los mismos que gestionaron la primera fase de la pandemia gestionan ahora la segunda oleada. Es una demostración palpable de hasta dónde está llegando la podredumbre del sistema político y administrativo español, es la manifestación descarnada ante el mundo entero de la incapacidad de auto-regulación y de auto-regeneración en la clase política española. La partitocracia clientelar dominante, basada ante todo en el enchufe y el medro de los correligionarios más mediocres, es la principal culpable de este desastre. Porque primero están ellos, o sea estos ineptos que han encumbrado y que van a seguir hundiendo a la sociedad en la desesperación y en el desorden mental y material. ¿A estas alturas, es preciso demostrar, de veras, que una gran parte de los profesionales de la política que mantenemos en el poder son unos inútiles y en demasiadas ocasiones incluso unos sinvergüenzas?

 

Francesc Ribera