La casta y la pasta

La casta y la pasta

abril 23, 2024 Desactivado Por inQualitas

Todo parece indicar que el pago, cobro, rendición de cuentas o lo que sea que tenga que hacer José Luis Ábalos será “en diferido”. Tenía que pasar. La democracia española necesitaba otro caso emblemático. Casi es un paradigma de gran parte de la base humana en la que se sustenta nuestra clase política. Es notoria la escandalosa insolvencia personal y profesional de muchos de nuestros políticos profesionales. Y la corrupción suele acompañar a la incapacidad y a la mediocridad.

Estas lacras se manifiestan demasiado a menudo en los máximos representantes de la partitocracia que nos gobierna. Cuando en la trinchera de enfrente Dolores de Cospedal explicaba la inexplicable caja B del partido, se retrató a sí misma en pocas palabras. Ábalos dice que tampoco ha robado, solo ha transigido con las pillerías de su subordinado Koldo o (lo que incluso es peor) ni se ha enterado de las travesuras en la propia gente en el Patio de Monipodio semipúblico que administraba. En vivo y en directo o en diferido, tanto da.

Una, como mínimo podía acreditar una formación académica homologable para los tiempos que corren (ignoro si aderezada con algún máster “arreglado” en vete tú a saber qué amigable universidad). El otro, que se sepa, no tiene ni una mínima ejecutoria presentable en la actividad para la que le acreditan sus conocimientos, la muy difícil y honorabilísima tarea de profesor de primaria. En esta actividad, como también en la política, la responsabilidad in vigilando es determinante. Si no, ¿para qué va el maestro al aula, a dejar que se rían de él en la cara o por la espalda?

Conque para travesuras las suyas. Fue el caso de la entrevista a escondidas en terreno prohibido con Delcy Rodríguez, mano derecha de Nicolás Maduro. Por cierto, un ínclito personaje que accedió a la más alta magistratura venezolana por haber sido antes el chófer de Hugo Chávez. Igualito que el amigo Koldo, aupado a consejero áulico y representante en los consejos de administración de RENFE y Puertos del Estado. Aunque al político bolivariano preciso es reconocerle un aprendizaje previo como conductor de autobús.

Ocurre todo esto cuando agricultores indignados cortan y cortarán carreteras por doquier, mientras los conductores profesionales aprietan los puños esperando su turno. Porque, vamos a ver, reuniones sí tendrán unos y otros con los políticos responsables de resolver o al menos encarrilar una solución a sus problemas. Pero soluciones ejecutivas pocas o ninguna. Por eso las manifestaciones ahora ya son simultáneas a los encuentros o se convocan al día siguiente sin apenas conocer los resultados de las conversaciones. El caso es que ya nadie se fía de políticos ineptos, que no saben cómo resolver los problemas, porque antes no se han preocupado de formarse y adquirir la experiencia necesaria para gestionar cuestiones complejas, sea en la empresa privada o en la pública.

¿Con estos bueyes hay que arar? Ésta es la pregunta que se hacen millones de ciudadanos y ciudadanas. Pero no sólo aquí, también en Bruselas, en Washington y en todas las democracias, señeras o recientes. Otra pregunta que cabe hacerse es ¿por qué para atajar el problema endémico de la corrupción no se lleva al Congreso de los Diputados, de una vez por todas, una Ley de Financiación de los Partidos Políticos? Así nos dejamos de zarandajas y de cuentos orientales. Pero, los que están detrás de la pareja de baile formada por el tesorero Luis Bárcenas y el conseguidor Koldo García no se lo plantean ni se lo han planteado nunca en serio. Al igual que, en su momento, Pablo Iglesias y señora tampoco se movieron con su empuje habitual en esta dirección. Y tampoco que se sepa están en ello el populismo de derechas ni los nacionalismos periféricos. De manera que, en esencia, puede concluirse que, en las concepciones permisivas o choriceras de la política, la casta existe por y para la pasta. O cuando menos va a por ella con siempre renovada codicia.

 

 

                                                                                                     Francesc Ribera