La universidad, la investigación y la innovación en la sociedad del conocimiento

La universidad, la investigación y la innovación en la sociedad del conocimiento

agosto 10, 2009 Desactivado Por inQualitas
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Benjamín Suárez Arroyo
Doctor en Ingeniería, dirige el Departamento de Resistencia de Materiales y Estructuras en la UPC (Universitat Politècnica de Catalunya), y coordina el Programa de Convergencia de ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación).
La universidad pública es uno de los instrumentos de primera magnitud que tiene la sociedad para llevar adelante unos objetivos, unas políticas y estrategias globales, que le permitan alcanzar una sociedad más justa y cohesionada, competente y con el desarrollo económico y social máximo posible, coherente con su cultura y diversidad, alcanzado en base al compromiso de su potencial humano y económico y a una optimización estratégica en un mundo globalizado.
La universidad y el conocimiento caminan juntos, ya que la universidad es uno de los lugares donde en los últimos siglos se ha generado y desarrollado el conocimiento. Desde luego que ha habido otros, pero no existe duda alguna del papel fundamental de la universidad, no sólo por la cantidad, sino también por la calidad del conocimiento creado. Esta circunstancia, que es aceptada por todos, ha tenido, sin embargo, múltiples matices en relación con la aplicación del conocimiento y los mecanismos para trasladar a la sociedad las ventajas que pueden derivarse de las actividades de investigación y conocimiento que las acompaña.

Cuando se trata de manejar el conocimiento en sentido amplio, la universidad debe liberarse de temores y fundamentalismos para enfrentarse con decisión y prontitud a los retos que la sociedad de hoy le plantea. La universidad debería disponer de la capacidad y experiencia para esta misión y dotarse de los medios, no necesariamente materiales, que le permitan llevarla a buen fin. Todo ello está muy relacionado con las nuevas responsabilidades que la universidad está asumiendo en el mundo desarrollado. Está en debate la denominada Tercera Misión (Docencia e Investigación son las dos primeras), que tiene que ver con estos asuntos y que empieza a nacer y crecer en el mundo desarrollado con personalidad e indicadores propios.

 

La universidad española aceptó dos retos de gran trascendencia estratégica en la transición de los años setenta: la investigación como un elemento clave en la vida académica y la expansión territorial para facilitar y potenciar una mayor conexión con los ciudadanos e influir desde la proximidad sobre el desarrollo económico y social.
Unas décadas más tarde la situación está cambiando, están emergiendo nuevas demandas sociales y ciudadanas, mucho más complejas que en el pasado, que necesitan de otras estrategias educativas, industriales, económicas y sociales para dar respuesta a una globalización en marcha, mucho más evidente ahora que hace tan sólo 20 años. Es decir, estrategias orientadas hacia la competencia de las personas, al conocimiento y la innovación, elementos imprescindibles para mejorar la competitividad de cualquier país.
En este escenario las universidades deben tomar conciencia de sus capacidades reales y del entorno económico y social más próximo donde desarrollan su actividad. Pretender abarcar más campos del conocimiento, investigación e innovación que aquellos en los que una universidad es, o puede ser un plazo razonable, estratégicamente competente es una tentación que debería evitarse, ahora más que nunca, ya que la falta de competencia conduce inevitablemente a una falta de competitividad.
Para quien conozca el sistema universitario español, no necesariamente con profundidad, puede resultar bastante evidente que precisa de nuevos planteamientos y estructuras organizativas, más flexibles y que hagan posible tanto una democratización del conocimiento y de la tecnología, como un desarrollo intelectual más crítico y profundo que capacite para generarlo. La estructura debe completarse con una formación a lo largo de la vida que permita no sólo mantener al día el conocimiento adquirido con la formación inicial, sino también complementarla con nuevos proyectos educativos en función tanto de las capacidades y necesidades personales como laborales e intelectuales. En definitiva, una educación para todos los ciudadanos y a lo largo de toda la vida.
Pero en este nuevo escenario debe tenerse muy presente que ofrecer oportunidades de aprendizaje a personas de distintas edades y con diversos antecedentes formativos es un gran desafío para el sistema universitario, y sólo será posible tener éxito si se combinan sabiamente docencia e investigación al servicio de la formación, si se relacionan educación y trabajo tanto en los ámbitos creativos como aplicados y si se hace posible una multiplicidad en las trayectorias curriculares y en la organización de los estudios.
Por otro lado las universidades, como instituciones generadoras del conocimiento, deben establecer mecanismos de colaboración, entre ellas, más intensos y profundos que los existentes en la actualidad, para compartirlo, complementarlo y conjuntamente expandirlo. No se puede avanzar en el conocimiento sin reconocer de antemano su carácter complejo y multidimensional. La dimensión socialmente trascendente del conocimiento sólo se puede alcanzar acercando los saberes disjuntos, fragmentados y compartimentados a las realidades cada vez más pluridisciplinares, transversales, multidimensionales, transnacionales y globales.

 

En estos momentos en los que la innovación, de acuerdo con todos los indicadores, parece ser el gran desafío que tienen las sociedades desarrolladas, la universidad, al menos la pública, debe comprometerse, crear complicidades y contribuir al desarrollo de los mecanismos sociales necesarios para alcanzar la respuesta más adecuada a los retos planeados. Y esto no quiere decir que la universidad deba renunciar a sus objetivos más clásicos de generación y transmisión del conocimiento, sino todo lo contrario. No cabe ninguna duda que la formación superior y la investigación son la base para construir un sistema económico y social innovador y competente. Pero no todos los caminos permiten llegar a él con éxito.
Como primera reflexión es necesario que en el nuevo paradigma económico-social se cambie la expresión transferencia de tecnología, que da a entender un flujo unidireccional de la universidad hacia la empresa, y se sustituya por otra más representativa de la cooperación necesaria. Las tradicionales oficinas de transferencia en las universidades deben acompañarse con otras de recepción en las empresas. Si las empresas no cambian su percepción del papel que el conocimiento juega en la actividad industrial o comercial, no se alcanzará la interrelación y el compromiso necesario. Es preciso un cambio cultural tanto en la universidad como en la empresa.
El desarrollo de nuevas estructuras específicas de investigación, innovación y desarrollo, parques tecnológicos y científicos, la potenciación de estructuras de colaboración entre empresas y universidades, la adopción de estrategias académicas orientadas al desarrollo y la creación de redes de universidades (mega campus reales o virtuales) son algunos de los elementos que las universidades pueden aportar al sistema a la hora de establecer nuevas reglas en las relaciones de cooperación entre los diferentes agentes sociales y económicos.
Pero para hacer posible este proceso, es necesario crear entornos y estados de opinión favorables sobre lo que representa y permite alcanzar la sociedad del conocimiento, asumiendo desde un principio, que invertir en tecnología es una condición necesaria pero no es suficiente. Es necesario crear complicidades entre los dirigentes políticos, sociales, económicos y los ciudadanos; políticas y estrategias nuevas e innovadoras, de calidad y productivas, que permitan impulsar algunos aspectos claves para el desarrollo económico, industrial, educativo y en definitiva social que permitan generar más y mejores mercados, entornos atractivos, para vivir creativamente; crear más y mejores contenidos y desarrollar marcos institucionales facilitadores.
Todas estas reflexiones son de especial importancia en estos momentos en que los poderes públicos están decididos a impulsar con decisión nuevas políticas para la educación, la ciencia y la innovación y el desarrollo tecnológico, económico y social.
Si bien para volar es necesario poder alcanzar una velocidad crítica, no cualquier vehículo o artefacto puede hacerlo aunque la alcance. Los responsables de cualquier proyecto con estas pretensiones tienen que asumir, desde un principio, que para volar es mejor un avión, incluso con prestaciones simples, que por ejemplo un automóvil muy sofisticado y potente que incorpore todas las experiencias y avances tecnológicos del sector.
Toda la sociedad, y especialmente sus dirigentes, deben reflexionar sobre si quieren volar y si la conclusión fuese afirmativa, sobre si el vehículo que transporta su sistema de ciencia, tecnología, innovación y desarrollo social está diseñado y preparado para ello. Si la respuesta a esta segunda cuestión fuera negativa, el objetivo final, en los términos planteados en este texto, no se alcanzaría por muchos medios y sofisticaciones que se introduzcan en el proceso.

Extracto de la obra La innovación tecnológica y los paradigmas sociales,
Associació d’Amics de la UPC / Icaria Editorial, 2008