Buena sintonía laboral en el interior de las organizaciones

Buena sintonía laboral en el interior de las organizaciones

enero 6, 2015 Desactivado Por inQualitas
Silvia Leal

Pablo García Sampedro

Es diplomado en Marketing y máster en Dirección de Marketing y Gestión comercial. Dedicado al sector textil, ha formado parte de diversas compañías, como Ermenegildo Zegna, Panama Jack, Levi Strauss e Inditex, donde trabajó como jefe de Producto para la marca Zara. En la actualidad ocupa el puesto de jefe de Ventas Masculinas en Ralph Lauren España y es profesor del máster MBA en Dirección y Gestión en Empresas de Moda en la escuela de negocios Esden.

Traición a la tradición.

«El orgullo divide a los hombres, la humildad los une». Sócrates

 

1. Líder por encargo

Nací en Madrid hace 31 años. Bautizado con el nombre de Jaime. Pertenezco a una familia de clase media, rodeada de costumbres y tradiciones que han marcado el paso de al menos tres de sus generaciones.

Tengo tres hermanos, dos chicas y un chico, todos ellos mayores que yo. Como hermano pequeño que soy, he tenido que aprender rápido para sobrevivir, y acostumbrarme a compartir y heredar todas mis posesiones: juguetes, libros, ropa… a diferencia de mi hermano mayor, arrogante y consentido y especialista en el arte del estreno. Los demás siempre hemos ido a rebufo de él, tanto mis hermanas como yo. Aunque con ellas se nota menos por la sumisión que siempre las ha caracterizado, pues se han acomodado a los estereotipos machistas asignados en mi familia. Tanto mi padre como mi madre se han encargado de que todos nosotros cumpliésemos esa jerarquía con perfección y sumisión.

A pesar de la diferencia de edad que nos llevamos y de las ventajas que sobre mí disfrutaba, siempre he pensado que mi hermano me envidia.

No por algo concreto, sino a mí como persona, como hermano hacia mis hermanas, como amigo hacia mis amistades. Vamos, por un todo, que ha hecho que nunca pueda destacar y me haya quedado siempre en un segundo plano. Hoy en día, creo que aún no lo tiene superado.

Estudié por invitación (obligación) familiar la licenciatura de Administración y Dirección de Empresas, al igual que lo hicieron anteriormente mi hermano y mi padre. Una vez finalizada mi etapa en la universidad, cursé un máster MBA en Londres. Y habiendo ya cumplido los intereses de mi familia, quise especializarme en mi vocación y estudié un máster MBA de Dirección de Marketing en Barcelona durante dos años. Podría decir que en la formación académica llegué hasta el final, si bien soy de los pocos compañeros en el máster que mantengo mi residencia inicial. La mayoría de mis compañeros han ido desarrollando sus profesiones por medio mundo. Y esto es algo que siempre me ha quedado pendiente de hacer.

Nada más terminar mis estudios en Barcelona volví a Madrid y comencé a trabajar en una empresa dedicada a la fabricación de envases y embotellados de bebidas gaseosas y vinícolas: ENBOTELLA S. A. Se encuentra ubicada en el suroeste de Madrid, en el municipio de Alcorcón, y tiene acuerdos comerciales con más de 16 empresas, entre bodegas y bebidas gaseosas. Aunque ha expandido sus redes fuera, su cuota de mercado es prácticamente nacional. Y todo ello a pesar de su ya dilatada historia desde su creación, en 1943. Ocupo el puesto de Marketing Senior Manager o, lo que vendría a ser lo mismo, soy el responsable del departamento de Marketing de la empresa y, a su vez, miembro del consejo de administración de la misma.

Enrique Escribano no es un presidente al uso en lo que se refiere a edad, experiencia y, sobre todo, capacidad personal. Una vez terminó sus estudios, comenzó a trabajar en esta empresa, donde ha ocupado distintos puestos dentro del departamento financiero, formando parte del consejo de administración hasta que hace un par de años, con la edad de 38 años, dio el salto para ocupar el puesto de presidente de la compañía.

Es una persona de carácter introvertido, reacio a compartir sus sentimientos e interioridades y con nulo don de gentes. Ya desde que ocupaba cargos intermedios nunca ha tenido en cuenta al resto de departamentos ni a las personas que los formaban. Carente de esa sensibilidad emocional, sus actos y decisiones siempre han estado supeditados por una justificación numérica, empírica y sobre todo jerárquica, sin valorar el entorno que le rodea. Y él lo sabe. Es consciente de todo ello. Conoce sus límites. Muestra de ello es que los exterioriza. Como persona insegura, mientras habla contigo y te expone algo en lo que no confía o desconoce, su pierna derecha flexionada se mueve con rapidez de arriba a abajo por debajo de la mesa de su despacho. No está seguro de sí mismo y así lo demuestran las uñas de sus dedos, mordidas casi con ferocidad, con tal de llevarse las manos a su boca mientras se dirige a alguien.

Pero como si de una obligación se tratase, por no defraudar a los que pensaron que era la persona ideal para el cargo de dirección, Enrique se resiste a cuestionar su valía para esa posición. Incapaz de hacer uso de la empatía y darse cuenta de que, a pesar del cargo que ocupa, nadie le muestra un respeto por él ganado, sino por una obediencia jerárquica instaurada. Es por ello que siempre ha habido continuas confrontaciones entre nuestros departamentos y en algunas ocasiones entre nuestras personas. Su actitud, manteniendo las mismas vías de actuación que ha llevado esta empresa durante los últimos años, dista en gran medida de la oportunidad de optar por nuevos planes estratégicos, dinamizar procesos, diversificar nuestros productos o salir al extranjero. Sin ir más lejos, recuerdo la reunión semanal que todos los martes por la mañana venimos celebrando con la dirección los distintos responsables de departamentos: logística, producción, compras, financiero, contabilidad, comercial, marketing… En ella se valora la posibilidad de cambiar el sistema de logística y aprovisionamiento por uno nuevo ya informatizado que nos permita mantener las exigencias de los últimos compromisos que estábamos adquiriendo con dos nuevos clientes. Estos, al tratarse de bodegas que comenzaban a exportar sus botellas a distintos países, originan un exceso de carga que hasta ahora veníamos parcheando con un refuerzo de mano de obra y horas extras que repercutían en un aumento de taras y fallos en el proceso de almacenaje y distribución.

Otra de las personas clave en la empresa es Pascual, de 57 años, de los cuales los últimos 29 los ha desarrollado dentro de esta empresa. Es un hombre tenaz, perseverante, responsable en sus funciones, aunque con escasa capacidad de comunicación, y menos aún de argumentación. Y eso Enrique lo sabe y se aprovecha de ello.

 

2. Marcando las posiciones de autoridad

Hoy toca reunión del consejo de dirección. Nada más llegar me encuentro con una discusión entre Enrique y Pascual:

–A ver, Pascual, no valoramos en estos momentos ningún cambio en el proceso de logística. Es cierto que con estas dos últimas bodegas con las que hemos comenzado a trabajar ha surgido algún que otro momento tenso, de exceso de trabajo y de un aumento de las incidencias. Sin embargo, tan sólo nos suponen un 7% del total de nuestra facturación y no sabemos la carga de trabajo que nos asignarán de aquí en adelante. Ellos han arriesgado tomando la decisión de exportar a nuevos mercados y desconocemos su éxito fuera de su entorno natural –le comenta Enrique.

–Pero ya sabes, Enrique, que el personal ha estado haciendo muchas horas estas últimas tres semanas y no creo que aguanten mucho tiempo así –le contesta Pascual.

–¡Pascual, pues ese es tu objetivo! Os tenéis que aplicar y apretar. Esta empresa no va a cambiar un sistema que hasta ahora ha funcionado bien únicamente porque no seas capaz de calmar los ánimos de tu gente –le replica de nuevo Enrique.

En ese momento, Pascual baja la cabeza. Al ver esa contestación jerárquica, no pude evitar entrar en la discusión:

–¿Contados momentos tensos? Hemos tenido al enlace sindical con un conato de huelga en dos ocasiones por las horas de trabajo que estaban soportando los trabajadores, sin valorar además que la última auditoria identificó una desviación de incidencias que nos amenazaba con perder uno de los certificados de calidad más importantes a nivel europeo en nuestro sector… y hablas de contados momentos tensos.

–Jaime, no salgas tú ahora, que esto no concierne a tu departamento de marketing –me contesta Enrique con cierto aire de prepotencia.

–Discrepo Enrique, esto es algo que afecta tanto al departamento de marketing como al resto de departamentos aquí presentes–le contesto y prosigo–. Escucha lo que Pascual te dice, es algo que todos hemos ido comunicando en estos últimos meses.

–Insisto, Jaime, esto no te incumbe y lo que nos pide ahora Pascual significaría un coste que no está ni planteado ni mucho menos presupuestado. Y ahora, Jaime, no es momento de que opines de un departamento ajeno a tus responsabilidades –sentencia Enrique.

Opto por no forzar, por no seguir sugiriéndole que ha de escuchar al resto de los equipos y que a todos nos afecta su postura. Giro mi cabeza hacia la silla donde está sentado Pascual. Nos intercambiamos miradas. Miradas que hablan, que agradecen mi intervención. Una complicidad. Un apoyo.

En este caso parece que se trata de una decisión que afecta a un departamento en particular. La actitud de Enrique es la que siempre viene utilizando. Posee grandes habilidades numéricas, sabe leer los números con precisión y siempre busca la rentabilidad en todas y cada una de las operaciones que lleva a cabo. Sin embargo, creo que eso no es suficiente para hacerse cargo de una compañía. El aspecto personal es imprescindible para liderar diversos equipos, y mucho más aún si hablamos de motivación. Realmente, creo que él estaba cómodo en su posición de director del departamento financiero y que este nuevo rol le queda grande. Aunque su vanidad y también su temor le obligaron a aceptarlo. Como decía el clásico libro El principio de Peter (Laurence J. Peter/Raimond Hull), «dentro de su nivel de incompetencia salvaron a otros ya que a sí mismos no pudieron salvarse».

Esa misma tarde recibo una llamada de Ricardo, responsable del departamento de compras y aprovisionamiento.

–Jaime, soy Ricardo, ¿puedes hablar? –me pregunta.

–Sí, claro, ¿qué pasa? –le respondo.

–Acaba de enviarme un correo electrónico Enrique. Me dice que mantenga los mismos proveedores que hasta ahora. Que a pesar de la carga de trabajo no busquemos otras opciones fuera, que hasta ahora han funcionado bien. ¿Sabes lo que eso significa, no? La dependencia que vamos a tener sobre la plantilla será mayor y eso nos puede suponer un problema –me añade con cierta desazón.

–Ricardo, no es nada nuevo. Estamos con lo de siempre. Yo intentaría preparar una reunión con el proveedor y plantear una modificación del contrato firmado con ellos para que no nos quedemos al descubierto si no llegasen a fechas o nos envían algo defectuoso. Endurece el acuerdo con ellos para no pillarte los dedos. Y, por otro lado, plantéale a Enrique la oferta del nuevo proveedor que es más económica y encima nos ofrece más servicios –le sugiero a Ricardo.

–Gracias tío, aunque a Enrique no se le puede decir nada, ya sabes cómo es –me contesta.

–Yo haría lo que te he dicho, Ricardo. Seguro que se lo plantea. Decídelo tú. Ah, y hablando de temas más importantes… mañana miércoles, ¿contamos contigo o nos vuelves a dejar tirados? La semana pasada fallaste y tuvimos que convencer a uno de los que acababan de dejar la pista para que jugase con nosotros –le digo.

–¿Mañana? Claro, allí estaré, je, je, je. Voy a presentar la instancia oportuna en casa para dicho evento. Esperemos que lo estime a trámite mi mujer. Además, reconoce que si falto yo como pareja no sabes si subir a la red o saltarla. Oye, por cierto, gracias Jaime por tu ayuda –termina Ricardo.

Pascual o Ricardo son dos casos de la dificultad de comunicación que existe con la actual dirección. Y hay más ejemplos de ello. Es el caso de Miguel, director del departamento comercial desde hace año y medio. Antes de trabajar aquí, Miguel venía de ocupar un puesto similar en otras empresas de alimentación y bebidas en Sevilla y Jaén. Por motivos familiares, su mujer fue trasladada a Madrid por su empresa y Miguel recaló en la compañía. Andaluz de casta y orgullo, excelente comunicador, formador y entrenador de sus equipos, motiva, desarrolla y cumple con todo su equipo, sin bajar un ápice la exigencia sobre los resultados del grupo. Es de los que considera que para la obtención de resultados en su plataforma comercial los objetivos han de ser cuantificables y alcanzables con el fin de mantener el grado de motivación y compromiso al máximo. Sin embargo, Enrique no piensa lo mismo. Cree que en el departamento trabajan pocas horas, que exigen mucho para lo que a la compañía aportan y que, en buena manera, su actitud es consecuencia del poco rigor que Miguel demuestra en sus funciones.

Enrique y Miguel tienen continuos enfrentamientos por la manera en la que Miguel dirige a su equipo comercial. Piensa que no les exige lo suficiente y que podrían estar viajando más tiempo, dedicando más horas, fines de semana si fuera necesario, para obtener más rentabilidad en su departamento. Pero esto no sólo lo piensa de Miguel. También lo pensaba de sus antecesores, Rubén Pérez y Eric Copons. Ambos ocuparon mismo puesto que Miguel y de ambos consideró que no estaban a la altura de las exigencias que requiere la empresa.

De Miguel podría decir que además de ser compañero de trabajo es amigo mío. Desde que llegó a la compañía congeniamos rápidamente en el aspecto laboral y también en lo personal. Como profesional, en más de una ocasión hemos tenido que llevar a cabo distintos proyectos de la mano. En varias acciones de políticas de precios y productos, su soporte y su experiencia han resultado fundamentales. Respecto al ámbito familiar diría de Miguel que adora su familia e intenta disfrutar de ella todo el tiempo que su trabajo se lo permite. Algo que cuando llegue mi turno y también tenga la mía, haré con total dedicación.

 

3. Si te gusta bien y si no, también

Todos los empleados de la empresa temen a Enrique. De forma global. A su persona y a sus actos y a las repercusiones que puedes tener si decides rebatir o poner en duda sus decisiones. Y ciertamente, creo que lo temen por el mal uso de poder que ejerce sobre los demás. Creo que la base de su comportamiento se debe a una profunda inseguridad de sí mismo, en el puesto que desempeña como presidente de la compañía y en la inseguridad de ser consciente de no estar capacitado a afrontar sus obligaciones como líder.

Enrique sabe cómo soy. Sabe que priorizo el entorno del grupo frente al resultado numérico o a los beneficios a corto plazo. Soy corredor de fondo mientras que él lo es de 100 metros, y eso hace que cada vez nos distanciemos más.

Ya desde que entré en la compañía Enrique no me dio margen de actuación. Me ató en corto en mis planes operativos. Nunca permitió que mi voz se escuchara más de lo debido en el consejo de administración, cuestionando los resultados y acciones del departamento que dirijo, modificando o anulando algunas de las acciones del plan de marketing que veníamos ejecutando en la compañía o intentando ponerme en contra de más de un compañero. En alguna ocasión lo consiguió, aunque el tiempo más tarde hacía que las diferencias ficticias se convirtieran en un mayor respeto y complicidad entre ellos y yo.

Conozco mis debilidades, carencias y áreas de mejora. No soy un maestro numérico. No disfruté de la carrera de Dirección de Empresas que mi familia me obligó a estudiar. Diría que con más de una asignatura no aprendía sino que memorizaba términos y ejercicios para usarlos en los exámenes con el único fin de aprobar y contar con una asignatura menos para finalizar la carrera. Tampoco me considero apto para imponer mi discurso sobre el de los demás sin antes haber escuchado los mensajes del resto del grupo. Y considero que a veces me hubiera gustado estar dotado de esa capacidad de hacer valer la autoridad. Sin embargo, creo que en pocas ocasiones el resultado final es el idóneo. O en ninguna.

Hoy es miércoles y enciendo mi móvil al despertarme, como todas las mañanas. Nada más encenderlo, parpadea el chivato rojo indicando que tengo mensajes nuevos en mi bandeja. ¿Quién leches necesita enviarme un correo antes de las 07.00 de la mañana? Cómo no, Enrique. Me pide que nos reunamos a las 09.00 horas en su despacho para repasar la campaña de comunicación que llevaremos a cabo en la próxima feria de alimentos y bebidas a la que acudiremos a principios de abril en Barcelona.

Llego a la oficina 20 minutos antes con el fin de recabar e imprimir toda la información para preparar la reunión. Enrique es así. Dice que los números hay que tenerlos todos en la cabeza, por pequeños e insignificantes que parezcan, por lo que te pide cualquier dato en cualquier momento. Y mejor que te los sepas.

Y es que para esta próxima edición de la feria a la que vamos a acudir, le presenté hace más de un mes un plan de comunicación distinto al que llevábamos haciendo los últimos años en la compañía. Se trataba de un documento afín a los últimos giros que estábamos llevando a cabo con la internacionalización de nuestro negocio y aumentando la cuota de mercado en el extranjero. Había basado dicho plan en una nueva imagen de nuestra compañía, con una nueva propuesta del stand que presentaríamos, videowalls en la parte trasera del mismo, azafatas trilingües de chino, inglés y castellano, y la propuesta de participar en dos de las ferias internacionales más importantes de nuestro sector para darnos a conocer y explorar así nuevos mercados. Además se proponía que Miguel, como director comercial, estuviera presente en toda la edición para que los clientes pudieran contactar con él de forma más cercana, ya que hasta ahora sólo mandaban a dos comerciales para dar soporte. Miguel estaba encantado con esta propuesta. El plan de comunicación iba a representar un antes y un después.

Llego a su despacho a la hora señalada de la reunión. Golpeo la puerta con los nudillos de mi mano.

–¿Se puede pasar, Enrique? –le pregunto con la hoja de la puerta apenas abierta.

–Pasa Jaime, siéntate. Vamos a ver esto rápido. Verás, quiero que me expliques esta propuesta de plan que me has presentado. No entiendo el porqué de este giro en la forma de trabajar que llevábamos haciendo –me pregunta dando a entender que no quiere emplear mucho de su valioso tiempo conmigo.

–De acuerdo. Hasta ahora, Enrique, veníamos manteniendo una forma similar de actuación, sin dedicar tiempo a quién nos dirigíamos, a dónde queríamos llegar y cómo lo queríamos conseguir. Casi actuábamos con inercia de los últimos años, pero el mercado está cambiando y nos obliga a cambiar a nosotros con él –le contesto.

–Vale, vale –me corta Enrique, sin quitar la mirada de la pantalla de su ordenador, y prosigue–. Vale, Jaime, pero ¿te has parado a pensar en el presupuesto para hacer frente al plan que has presentado? Supone gastar tres veces más de lo que veníamos gastando. ¿Tú sabes lo que es eso? –me indica Enrique con desprecio.

–Sí, por supuesto que lo sé, Enrique. Sin embargo, que cueste tres veces más no supone que sea una cantidad ingente –le replico.

–¿Ingente? Venga Jaime, ¿cuánto quieres crecer con ese aumento? Es desmedido, irreal… ¡no te puedo autorizar una subida de presupuesto así! –contesta con rotundidad Enrique.

–Insisto Enrique, que represente tres veces el presupuesto anterior no indica que sea desorbitado. Tendríamos que pararnos y ver que dicho presupuesto no se modifica desde hace tres años, ¡tres, Enrique! Y darnos cuenta de que esa cifra apenas suponía un 20% del presupuesto anual de comunicación cuando los clientes que nos visitan en esa feria representan más de un 70%.

–No me hables de cifras, Jaime, que las conozco mejor que tú –me corta Enrique con recelo–. Tú no me vas a explicar a mí el peso que supone uno u otro presupuesto. Si lo hemos mantenido es porque no ha hecho falta y no lo vamos a triplicar de un año para otro. Además, ¿para qué incluyes a Miguel en la feria? Estábamos bien con los dos comerciales de la zona y punto. Anda, preséntame un nuevo plan con el mismo presupuesto de siempre y sin extravagancias de videowalls, ni azafatas que hablen chino. Con el inglés se llega a todo el mundo, Jaime –me contesta airado en su tono de voz.

–¿Quieres que te presente un nuevo plan? ¿Ahora? Te presenté este hace más de un mes y medio y no le has hecho caso hasta ahora. Me lo tiras para atrás, para que lo cambie todo con el mismo presupuesto. Enrique, sabes que no hay tiempo, ya vamos con retraso –le contesto, intentando ponerme a su nivel de voz aunque no me guste.

–Jaime, leo tu propuesta de comunicación cuando puedo, ¿vale? Tú no eres la prioridad, que te quede claro esto. Haz un nuevo plan y lo quiero para el lunes de la semana que viene. Debo cerrarlo el lunes de la semana que viene –me insiste con rotundidad.

–Lo siento Enrique, sabes que no llego. Es imposible cambiar entero el plan y localizar a todos los proveedores externos para que modifiquen lo hecho hasta ahora. Te propuse el año pasado que debíamos cambiar y te dije que te presentaría una nueva propuesta acorde con lo que teníamos en las manos. No me dijiste nada. Y me dices que no ahora, un año después –le contesto ya airado después de escuchar su mensaje.

–Jaime, es lo que hay. Si te gusta, bien. Y si no te gusta, también. Eres el gurú del marketing, ¿no? Pues bien, demuéstranoslo de una vez –añade con sorna.

 

4. Otra vuelta de tuerca más

Estoy al límite de contestarle con un adjetivo calificativo de nombre de animal, pero me detengo. Le miro. Él apenas me ha mirado a la cara en toda la discusión. Con gesto de desprecio ha seguido mirando la pantalla de su ordenador mientras su pierna derecha votaba arriba y abajo con agitación.

–Enrique, verás. No es sólo este plan de comunicación, es todo –le digo con un tono de resignación.

–¿A qué te refieres Jaime? –me pregunta con aire escéptico.

–Lo que te he dicho, Enrique. Que es todo. Todo lo que llevo proponiendo estos cuatro años, todo, ha sido modificado. Bueno, modificado, ajustado a lo que se venía haciendo hasta ahora, algo que veníais haciendo entre unos y otros sin una definición estratégica clara. Todo lo que te llevo proponiendo se me rechaza. Doy por hecho que no satisfago tus requisitos del puesto que ocupo, Enrique –le explico con tranquilidad y con un volumen de voz tranquilo y directo, lo que más le puede molestar.

–Jaime, a ver, no te pongas estupendo ahora –me contesta con chulería–. Llevas tres años y medio trabajando en la empresa. Con la edad que tienes eres director del departamento de marketing, ¿qué más quieres? No te pongas ahora a cuestionarte todo, ¿eh? Hay asuntos que se te aprobarán y otros que no. ¡Así es la vida empresarial, Jaime! –me contesta.

Insisto en no entrar en la provocación. En el terreno de la confrontación y barro en el que se siente cómodo Enrique. Más aún gozando de la posición de líder que él usa.

–Está claro tu mensaje, Enrique, vale –le contesto con voz calmada–. ¿Alguna otra cosa más por tratar? –le pregunto para intentar cerrar la reunión.

–No, esto es todo lo que teníamos que ver –me contesta mirando la pantalla.

Salgo de su despacho en dirección al mío. Lo primero que hago es mostrar una expresión relajada en mi rostro. Muchos de mis compañeros, Pascual y Miguel, me miran porque saben de qué despacho he salido y han oído tono de voz que ha salido de él. Muestro tranquilidad y rutina en mi expresión, acostumbrado a la situación. Escuché una vez una frase de Jarvis, Juliet Alicia, que decía: «el verdadero poder consiste en saber que sí se puede, pero no se quiere».

Entro en mi despacho. Lo primero que hago es darme cuenta de que lo que me afecta no es la modificación de este plan de trabajo, sino que ello representa la rutina de no aceptarme ninguno de los proyectos de trabajo que presento. Es lo común. Lo instaurado. Rechazar por rechazar, aunque luego más tarde se hayan tenido que recurrir a ellos de manera indirecta, tarde o a través de otras personas. Pero eso no importa, lo importante es quedarse encima.

Mientras pienso en todo ello, veo en mi ordenador que entra un correo electrónico. Lo envía Ricardo. «¿Te ha echado el plan de comunicación abajo? ¿A estas alturas? Uff, una más. Paciencia y ánimo, tío», me escribe.

Recibo otro correo. En este caso, se trata de Miguel. «Oía sus voces desde mi mesa. Mejor que haga él todo y así nos deja en paz. No te quemes, Jaime que no vale la pena. Tú a lo tuyo. Abrazos».

Aparto la mirada de la pantalla y llamo a los dos miembros de mi equipo, Paulina y Víctor. Jóvenes y con contrato en prácticas. Se comen el mundo por aprender. Trabajan más horas que… bueno, diría que casi viven aquí. Hablo con ellos. Les indico el cambio de última hora. No pestañean. Esperan mis indicaciones. Les propongo y les convenzo de que lo sacaremos adelante y que el próximo lunes presentaremos un nuevo plan de comunicación ajustándonos a las exigencias de la dirección. Ello implica trabajar el fin de semana. Lo saben y no ponen pegas a ello.

Enrique sabe que lo entregaré en la fecha que me ha dicho. Que me involucraré en él lo que haga falta y que quedará terminado. Y eso no lo soporta.

Durante el resto de la semana, mientras no estoy con mi equipo trabajando no puedo quitarme de la cabeza la chulería con la que Enrique viene tratándome desde que entré en la empresa. Voy recabando y resumiendo todo el tiempo que llevo aquí. Pienso en que si continúo igual mi carrera tiene techo, que es limitada y que nunca podrá aflorar nada de lo que yo haga mientras tenga a Enrique por encima de mi trabajo.

Llega el lunes. Son las 09.00 de la mañana. Paulina, Víctor y yo hemos estado el fin de semana trabajando en el nuevo plan de comunicación para presentárselo a Enrique. He aprovechado para conocer más sobre ellos. Tienen buena formación y muchas ganas por aprender.

Nos dividimos las tareas y vamos reconduciendo y ajustando el trabajo hasta dejarlo hecho. Lo terminamos el domingo sobre las nueve y media de la noche. Ellos están contentos por haber llegado a tiempo. Yo, orgulloso de ellos. No del trabajo que presentamos, que por otro lado es impecable.

–Gracias, chicos. Paulina, Víctor, gracias por vuestro tiempo. Por vuestro fin de semana. Si vuestras parejas se enfadan con vosotros decidles que me llamen. Llevadlas al cine el fin de semana que viene y las entradas pasadlas por las notas de gastos. Yo os las aprobaré –les digo con complicidad.

Se ríen ambos. Han dedicado muchas horas de trabajo pero se les nota que les gusta lo que hacen.

–Gracias, Jaime –me contesta Paulina.

Se despiden y abandonan mi despacho.

–Descansad. ¡Nos vemos en unas horas! –les digo cuando caminan por el pasillo.

–Igualmente, Jaime –me contesta Víctor.

Me quedo solo en mi despacho. Son más de las once de la noche. Tengo el plan ya terminado y lo paso al formato correcto. Lo vuelvo a repasar en soledad. Está perfecto aunque no es lo que me hubiera gustado presentar. Pero como me dijo Enrique, ¡es lo que hay!

Pienso que soy joven, que no tengo responsabilidades familiares. Dispongo de contactos en el extranjero y mi formación académica y experiencia profesional me permitirá al menos tener un trabajo de igual responsabilidad en otra empresa.

 

5. El poder del silencio

Es lunes y son las 09.00 horas de la mañana. Tal como me indicó Enrique, le envío por correo electrónico el plan de comunicación. Le urgía y no podía esperar, según la reunión que tuvimos.

Va pasando el día y no recibo contestación alguna por su parte. Ni por teléfono ni en ningún correo electrónico. No hay noticias de Enrique.

Sobre las doce del mediodía me suena el móvil. Es Miguel.

–Jaime, ¿puedes hablar? –me pregunta.

–Sí, claro. ¿Qué pasa? –le pregunto a Miguel.

–He estado reunido con Enrique esta mañana. Me ha dado cera, como de costumbre. Pero aparte me ha comentado que le has propuesto que yo no esté en la feria este año. ¿Es cierto? –me pregunta Miguel con sorpresa.

–¿Eso te ha dicho? Vamos, pero ¿de qué va este tío? Es mentira, Miguel. Me ha tirado abajo todo el plan que le propuse y me dice que lo hagamos con las premisas de los años anteriores, vamos, que no estés tú, entre otras cosas –le explico.

–Me lo imaginaba Jaime. Pero te lo quería decir –me contesta Miguel.

–Gracias Miguel. Ya hablamos. Cuídate –colgamos los teléfonos.

Era la última, o la guinda al pastel. No se conformaba con anularme profesionalmente sino que además quería ponerme a mis compañeros en contra. No soporta que nos llevemos bien entre nosotros. Similar acción intentó con Pascual y con Ricardo meses atrás.

Son ya las 16.30 horas de la tarde y no tengo noticias suyas. Decido llamarle.

–Enrique, soy Jaime.

–Dime Jaime, ¿qué hay? –me contesta Enrique.

–Te he enviado esta mañana el plan de comunicación. ¿Lo has podido abrir? –le pregunto con ironía.

–No, aún no. Estoy con otro tema. Luego le echo un vistazo y hablamos. Ciao –me contesta con brevedad.

La prisa y urgencia con la que me había alentado la semana pasada en la entrega del plan no se corresponde en nada con la parsimonia de hoy. No le da ningún interés. Actúa como si ahora no importase.

Son las 18.30 horas. Suena el teléfono de mi mesa del despacho. Es Enrique.

–Jaime, ¿vemos eso? –me pregunta.

–Vale Enrique. Voy para tu despacho –le contesto.

Me acerco a su despacho con absoluto desánimo, como si de un mero formulismo se tratase y viendo por su parte que se sentía obligado a darme audiencia después de las horas dedicadas, sin importarle el tiempo de mi equipo y mío propio.

Llamo a la puerta de su despacho.

–Enrique, ¿puedo pasar? –le pregunto.

–Pasa –responde–. He echado un vistazo al plan y por mi parte está conforme. Envíalo por correo electrónico al departamento financiero para que te lo aprueben y ponme a mí en copia para que vean que estoy al corriente –me indica.

–De acuerdo. Lo envío ahora.

–Bien –sentencia Enrique.

–Enrique, un tema más –le digo.

–¿Qué pasa? –me pregunta mientras retira su mirada de la pantalla del ordenador.

–Me marcho de la compañía. Está decidido. No coincido en las formas con las que estás dirigiendo y tampoco creo que estés satisfecho con el trabajo que vengo realizando. Considero que es lo mejor para todos y que soy yo el que debo tomar esta decisión. Abandono mi cargo y mi puesto en el consejo de administración –le explico.

Enrique se queda mirándome unos segundos. Desconozco lo que se le pasa por la cabeza en esos momentos. No me quita la mirada y parece como si el tiempo se le hubiera detenido.

–¿Sabes lo que esto va a originar? –me pregunta mirándome a los ojos.

–Sí, Enrique. ¿Lo sabes tú? –le pregunto a él de la misma forma.

–¡Lo sé! –me contesta mientras vuelve su mirada a su pantalla.

Como decía Lacordaire, «después de la palabra, el silencio es el segundo poder del mundo». Así es que, con tranquilidad, abandono el despacho sin mediar palabra.

Ha pasado ya más de un año desde esa conversación con Enrique. Después de unos meses de búsqueda, llevo tres meses trabajando en Lyon, en una de las empresas embotelladoras más importantes a nivel europeo. Ocupo el mismo puesto que desempeñaba antes. Sin embargo, el volumen de esta nueva empresa es mayor y trabajan a nivel mundial, por lo que el departamento de marketing ocupa uno de los puestos más relevantes de la organización. Me siento cómodo y a gusto en esta nueva empresa. Liberado, sería el adjetivo más adecuado. Estoy al corriente de que en este tiempo la situación en ENBOTELLA ha cambiado. Su desarrollo internacional se ha estancado y depende de los clientes nacionales, afectados por la crisis local. Ricardo y Miguel han abandonado la compañía. Pascual solicitó un plan de prejubilación anticipada. Mantengo el contacto con todos ellos.

En mi familia, con mi padre enfermo, no entendieron la decisión que tomé. Mi hermano Enrique también tardó un tiempo en asimilarlo. El mismo que tardó en presentar su dimisión al consejo de administración como presidente de la compañía. Como decía Bacon, «la verdad es hija del tiempo, no de la autoridad».



Extracto de la obra Instintos laborales, dirigida por Alberto Blázquez. Lid Editorial, 2014