La Inteligencia y la Idiotez Organizativa
septiembre 26, 2009Ph. D. in Business Management por la Universidad de California, Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Complutense de Madrid, Ingeniero informático y Diplomado en estrategia por Harvard. Es profesor de Esic y socio-director de Innopersonas. Ha trabajado como consultor en diversas empresas y es autor de varias obras sobre organización empresarial.
Madonna vs. Los Pecos
¿Por qué me parece relevante reflexionar sobre la inteligencia organizativa? La respuesta está en un estudio realizado hace años por Royal Dutch/Shell. En dicho estudio se puso de manifiesto que un tercio de las compañías del Fortune 500 desaparecen cada 30 años. Esto implica que, probablemente, la mayoría de nosotros veremos, en algún momento de nuestra vida, como la empresa en la que trabajamos desaparece.
Nuestro objetivo, a lo largo del libro, es describir los comportamientos que llevan a la inteligencia y a la idiotez organizativa, y en definitiva, a la supervivencia y a la desaparición de múltiples empresas.
En este punto, me gustaría que el lector pensara seriamente en “Madonna”. Si, en Madonna, la cantante de mayor éxito sostenido de las últimas décadas. También me gustaría que el lector pensara en “Los Pecos”…
Pensemos, ¿qué tiene Madonna que no tengan Los Pecos? ¿Tiene Madonna recursos tangibles que justifiquen su éxito? Realmente no, su voz no es nada excepcional, baila razonablemente bien y como actriz es un desastre. En general nada fuera de lo común, y para colmo tampoco es una gran belleza (atractiva como mucho…). ¿Cómo es posible que sea una de las cantantes de más éxito de las últimas décadas? Evidentemente la explicación no tiene que ver con sus tangibles, sino con sus intangibles. Su inteligencia y talento para aprender, innovar y reinventarse continuamente son sus principales activos.
Este mismo fenómeno pasa constantemente en el mundo de la empresa. Hay empresas como Madonna y empresas como Los Pecos.
En cambio otras empresas han sido capaces de reinventarse. Pensemos en Nokia por ejemplo.
Pensemos en un gran clásico como IBM. A lo largo de la historia su posición competitiva ha sido envidiable (y lo es actualmente…), lo que no evitó su tremenda crisis a mediados de los 90. Para superar dicha situación tuvo que transformar radicalmente su negocio (de la venta de hierro a la venta de conocimiento…). Pero lo ideal no es tener que transformar una empresa para que sobreviva, es mejor que la empresa tenga la capacidad de cambiar gradualmente. Es infinitamente más interesante el cambio continuo que la transformación, básicamente porque no deja tantos “cadáveres” por el camino…
En cualquier caso, no debemos confundir la inteligencia organizativa, y la capacidad de cambio de las organizaciones, con la diversificación. Se puede ser una empresa extraordinariamente inteligente sin seguir este tipo de estrategias.
Pensemos: ¿El problema de Kodak fue que no se diversificó hacia la industria de las galletas de chocolate, o que no fue capaz de adaptarse a los cambios planteados en su sector? ¿Es posible que ningún directivo de Kodak viera las nuevas tendencias y los cambios que se avecinaban? No, simplemente pensaron que su propuesta de valor era tan extraordinaria que nada, ni nadie (¡JAMAS!), les desbancaría de su privilegiada posición. Se quedaron ciegos… La prepotencia es otro de los grandes enemigos de la inteligencia organizativa.
Estoy harto de escuchar los discursos clásicos de los primeros directivos de grandes empresas. Siempre hay un eje común: somos los mejores y los competidores están muy lejos de nosotros (vamos, que ninguno de ellos alcanza a comprender realmente de qué va el negocio…). El problema es que a veces esos competidores que están a años luz (siempre por la cola, claro…) nos sorprenden…
El Caso Motorola: Prepotencia Total
En 1994 Motorola disponía de una posición competitiva envidiable, pero los operadores empezaron a interesarse por la telefonía móvil digital (con menores interferencias y caídas, y en la que era más difícil interceptar conversaciones). La cobertura de la tecnología analógica era su única ventaja, pero duraría poco…. Además, las redes digitales podían dar servicio a mucha más gente (10 veces más) que las analógicas, y por lo tanto, los costes fijos de las infraestructuras podían diluirse entre una base de usuarios mucho mayor. Esto hizo que los operadores se interesaran por esta tecnología. La amenaza estaba sobre la mesa…
Como Motorola era el líder de la telefonía móvil, todos los operadores esperaban sus productos digitales. Les insistieron repetidamente de sus nuevas necesidades, pero Motorola no hizo absolutamente nada (tuvieron la prepotencia de decirle a los operadores que se equivocaban…). Incluso después, en 1996, después del gran éxito de la primera generación de telefonía digital, Motorola siguió “erre que erre”, sin hacer nada. Todos los operadores se fueron con Ericsson y Nokia (como era de prever). Durante este tiempo, Motorola seguía promocionando sus teléfonos analógicos (con el consiguiente “cabreo” de sus clientes).
Un hecho entre curioso y sorprendente, es que Motorola tenía muchas de las patentes relacionadas con la telefonía digital, pero en vez de usarlas, decidió licenciarlas a sus competidores (Nokia y Ericsson). Posiblemente pensaran: “vamos a dejar que estos utilicen nuestras patentes, pobrecillos… ¿cómo podrán estar tan equivocados?”. Los ingresos que Motorola empezó a obtener por licenciar dichas patentes, crecieron como la espuma, evidenciando el éxito que estaban teniendo sus competidores. Ante este hecho, cualquier empresa medianamente inteligente se hubiera preguntado: “¿es posible que nos estemos equivocando al despreciar la tecnología digital?”. Motorola no, a pesar de disponer de toda la información posible sobre las tendencias de mercado, siguió a lo suyo… sin hacer nada (nada de nada).
Motorola tenía la capacidad de fabricar teléfonos digitales e información que evidenciaba el nuevo rumbo del mercado, es decir, habría podido competir desde el principio (incluso llevarse la mayor parte del pastel…), pero decidieron no hacerlo.
¿Por qué se produjo esta situación? Motorola siempre ha sido una empresa muy descentralizada (cada división iba por libre). En el fondo se habían creado auténticos “reinos de taifas” que competían entre ellos (“si uno ganaba, el otro perdía”). Además no tenían incentivos para coordinarse, ya que el sistema retributivo no facilitaba la colaboración. Esto generaba buen clima entre ellos: “a los de la otra división ni agua”. La transición a la telefonía digital, desgraciadamente, exigía la colaboración de toda la organización, pero ésta nunca se produjo (en los años clave), entre otras cosas, por el susodicho sistema retributivo (y todavía muchos directivos pensarán que las actividades relacionadas con la función de recursos humanos son marginales…).
La pregunta es entonces: ¿y dónde estaban los directivos de la central para promover el cambio? Si las divisiones no eran capaces de coordinarse solas, alguien debería haber hecho algo ¿no? Pues no. ¿Dónde estaban los primeros espadas? ¿Dónde estaban esas personas que deben preocuparse por la estrategia competitiva, la estructura, la cultura,…? Pues según parece, estaban a sus cositas… (“¿un partidito de golf?”).
Al final Motorola lanzó su primer teléfono móvil digital en 1997, cuando Nokia y Ericsson ya estaban a años luz (de los de verdad…). Evidentemente la cuota de mercado de Motorola, pasó en EE.UU., de un 60% en 1994 a un 34% en 1998 (Nokia pasó del 11% al 34% en ese mismo periodo). En junio de 1998 Motorola despidió a 20.000 trabajadores.
En cualquier caso, Motorola, actualmente ha vuelto a la vida. Parece que los cambios realizados han enderezado el rumbo. A ver si es verdad…
Hay empresas que tienen una alta inteligencia estructural o computacional, pero una baja inteligencia ejecutiva (la forma de utilizar la inteligencia estructural). Es decir, existen numerosas empresas que poseen capacidades potenciales para el éxito, pero que son incapaces de dirigir su conducta inteligentemente (como en el caso de Motorola).
Todos sabemos que una organización puede estar llena de individuos brillantes e inteligentes, pero es evidente que eso no asegura la inteligencia de la empresa. La pregunta es: ¿Por qué empresas llenas de personas “supuestamente” inteligentes se pueden comportar de forma terriblemente idiota? Lo cierto, es que en numerosas empresas fracasa constantemente la inteligencia (como en cualquier otro grupo humano), como consecuencia tanto de un mal uso de la inteligencia individual, como de la creación de dinámicas grupales que conducen a la idiotez extrema.
Posiblemente todos estemos de acuerdo en afirmar que una empresa inteligente es aquella que tiene comportamientos inteligentes. ¿Qué tipo de comportamientos tienen las empresas inteligentes? Iremos respondiendo a esta pregunta a lo largo del libro, pero básicamente una empresa inteligente es capaz de romper con los modelos mentales establecidos (paradigma cultural y paradigma sectorial), aprender e innovar de forma constante, creando riqueza y aportando valor a todos sus “stakeholders” o grupos de interés (incluidos sus clientes y empleados, no sólo sus directivos y accionistas).
En un mundo empresarial en el que las cosas cambian a la velocidad de la luz, la capacidad de aprender constantemente, salirse de lo establecido e innovar es posiblemente la ventaja competitiva fundamental a la que toda empresa puede aspirar. El problema es que para conseguir este tipo de capacidad, las organizaciones deben desarrollar el talento de sus empleados, desterrar el miedo, desarrollar un nuevo tipo de liderazgo y, en definitiva, crear una cultura abierta al cambio, a la creatividad, a las personas…
Para que surjan productos y conceptos empresariales innovadores, es fundamental que los individuos y los grupos se cuestionen las formas clásicas de competir, descubriendo espacios de mercado desconocidos.
Las empresas inteligentes, sin duda, son capaces de crear culturas inteligentes, en las que todos ganan. Los ingredientes fundamentales de las culturas inteligentes son el aprendizaje colectivo, la capacidad de cambio y el caos creativo. Sin estos ingredientes es imposible hablar de innovación radical.
Pero para crear culturas inteligentes hacen falta líderes inteligentes. A día de hoy el principal trabajo de un directivo debe ser la creación de una cultura inteligente.
Dinámicas Positiva vs. Dinámicas Negativas en las Organizaciones
Todos hemos pertenecido alguna vez a un equipo especial (de fútbol, de baloncesto, de bolos,… o empresarial). En dichos equipos las dinámicas eran tan positivas que el éxito fluía como algo natural, sin esfuerzo aparente. Todo el mundo sabía como aportar valor a los demás, aprendiendo y mejorando constantemente. Llegar a ese estado de flujo es fundamental, pero difícil. En la mayoría de las organizaciones nunca se producen dichos estados mentales a nivel macro (y rara vez a nivel micro o de pequeño equipo de trabajo). La inteligencia organizativa extrema se produce a ese nivel, pero no es fácil llegar a él.
La Neo-Esclavitud en las Organizaciones Idiotas
Las empresas idiotas contratan esclavos, las inteligentes contratan voluntarios, capaces no sólo de pensar, sino de crear valor a las organizaciones en las que trabajan, y con las que se comprometen.
Podemos contratar cientos de individuos con una alta inteligencia estructural, o incluso con una alta inteligencia ejecutiva, pero al introducirlos en una cultura idiota, su inteligencia y sus capacidades sucumbirán ante ella.
¿Por qué hay tanta infelicidad en las empresas idiotas? La principal razón es la neo-esclavitud. El primer paso para aumentar la inteligencia de una organización es abolirla; para conseguirlo “simplemente” hay que exterminar las líneas jerarquícas rígidas, la prepotencia de los primeros directivos y empezar a cultivar nuevos estilos de dirección (olvidando los estilos coercitivos basados en la creación de miedo).
El Poder de la Idiotez Individual en las Organizaciones
El papel de los idiotas en nuestras empresas es verdaderamente relevante, aunque su influencia puede tener diferentes niveles de intensidad. Muchos idiotas causan daños menores, pero otros ocasionan daños irreparables. Los idiotas en el mundo de la empresa son capaces de generar situaciones terribles, tanto para el negocio, como para las personas con las que trabajan.
La capacidad de una persona idiota para generar daños irreparables depende de tres factores fundamentales:
- El tipo de idiotez que presenta (incauto, malvado, estúpido o triste).
- El nivel de idiotez (¿estúpido o muy estúpido?, ¿malvado o muy malvado?…).
- El grado de poder/autoridad que tiene el individuo dentro de la organización.
Pero ¿en qué consiste el poder de la idiotez? Los “estúpidos” son peligrosos porque a las personas “razonables” (inteligentes) les resulta complicado poder entender o incluso imaginar sus comportamientos. Los “malvados” son igualmente peligrosos, pero en su mayoría siguen un modelo racional (también existe la maldad irracional del psicópata…), eso sí, una racionalidad perversa, pero al fin y al cabo racionalidad. En definitiva es más fácil prever el comportamiento de los “malvados” que el de los “estúpidos”, ya que una vez que identificamos la maldad podemos intentar preverla, o al menos estar alerta ante ella. Todo esto no es posible frente a los “estúpidos”, ante los que estamos absolutamente desarmados (la irracionalidad de sus ataques suele coger a los demás por sorpresa, sin posibilidad de defensa o contraataque…).
Si volvemos al mundo de la empresa, la pregunta es: ¿hay más idiotas en las empresas que fracasan que en aquellas que tienen éxito? Habría que estudiarlo, pero lo más probable es que no. La diferencia la marcan aquellas personas que tienen autoridad y poder… por que ellos serán los que moldeen y dirijan el enfoque cultural de la empresa (los comportamientos considerados adecuados).
Por lo tanto, si una empresa tiene al frente a individuos idiotas, existe una alta probabilidad de que los comportamientos socialmente aceptados dentro del grupo, sean muy idiotas. Creando auténticas canteras de idiotas…