Formación para el cambio

Formación para el cambio

septiembre 12, 2009 Desactivado Por inQualitas
xavier_roig
Xavier Roig Castelló
Emprendedor y ex-alto ejecutivo de una multinacional dedicada a las nuevas tecnologías, sus actividades profesionales le obligan a efectuar constantes viajes por todo el mundo. Imparte un máster sobre globalización en la Universidad de Barcelona y, desde una óptica catalanista, ha publicado varios libros sobre el encaje Cataluña-España.

Disponible en català…

Es inútil empeñarse en seguir con la idea de postguerra según la cual hay que mantener por encima de todo los puestos de trabajo, ya que el escenario y los actores han cambiado. La Administración tenía un papel que ahora no puede asumir. El trabajador de aquí se encuentra ante una patronal que es la misma aquí o en Vietnam, y a los ciudadanos del Vietnam les importa un rábano que los trabajadores de aquí se manifiesten en la Diagonal o en los Champs Elysées.
Habrá quien diga que la decisión de trasladar a Vietnam el lugar de trabajo es descarnada y sin escrúpulos, y que lo único que buscan las empresas es ganar más dinero. Y es cierto. Pero también es cierto que esta afirmación es sólo una parte de la verdad. Pondré un ejemplo real, muy frecuente en los últimos años, y que ilustra muy bien el fenómeno:
Una familia de clase media normal ―asalariados― quiere comprarse un televisor de pantalla de plasma, pero son demasiado caros ―lo eran hace un par de años― y no se lo compra pensando que vale más esperar a que bajen de precio. ¿Qué consecuencias tiene su decisión? Las empresas fabricantes ven que la única manera de bajar los precios de las pantallas de plasma es abaratando los costes de fabricación. Y para abaratar los costes de fabricación hay dos opciones. Opción a: robotizar las plantas de producción, cosa que comporta eliminación de puestos de trabajo y una inversión incierta, y opción b: trasladar la producción a Oriente, con mano de obra más barata, cosa que comporta deslocalizar. En cualquiera de los casos, la solución pasa por fabricar las pantallas de manera diferente a cómo se hacía hasta ahora.

Entonces ¿quién presiona para que los precios bajen y que los centros de producción de aquí se tengan que deslocalizar? Todo el mundo. Los ricos y los que no lo son tanto. Conclusión: es inútil centrar la lucha en la defensa del puesto de trabajo. El concepto «puesto de trabajo» ha cambiado. Y es toda la sociedad —ricos y menos ricos—, la que presiona cada día para que esto sea así. Si nos obsesionamos en mantener los puestos de trabajo, lo único que conseguiremos son salarios cada vez más reducidos.
Lo que hace falta es defender al trabajador. Y sólo hay una manera para hacerlo: ofreciéndole formación y movilidad. Formación en todos los ámbitos: técnico y cultural. Actualmente, desde el punto de vista técnico, las empresas forman al personal desde la perspectiva que les interesa para sus objetivos concretos. En ningún caso forman trabajadores para el día en que la planta tenga que cerrar. Y aquí es dónde la Administración tendría que ponerse tozuda y presionar, y trabajar conjuntamente con las empresas. Deberían montarse planes de formación técnica a largo plazo, previendo los proyectos de futuro de la economía local e internacional, y la estrategia de la empresa aquí y en Vietnam. Y con esto no quiero decir que el Estado tenga que instalar más escuelas,¡Dios nos pille confesados!
Ahora tenemos un ejemplo muy claro: ¿de verdad no hay nadie que piense que la SEAT actual tiene los días contados? No me lo creo. Las autoridades esconden la verdad. Gobiernos y sindicatos saben perfectamente que SEAT, tarde o temprano, cerrará o deberá convertirse en algo diferente a lo que es ahora. ¿Y, mientras tanto, hacen algo útil? Probablemente intentar que las malas noticias no coincidan con unas elecciones.
Por tanto, las empresas, que tienen una función social dentro del entorno que las ha acogido, deben implantar una formación profesional que no se ocupe sólo de las necesidades inmediatas. Y por otra parte, desde un punto de vista puramente egoísta, los subsidios de paro que hay que pagar cuando una empresa se deslocaliza representan un coste económico muy alto que soportamos todos —¡y que también ha pagado la empresa mientras ha estado operativa!
Pero también hace falta formación cultural. Es preciso hacer entender que el mundo cambia constantemente. Hace falta explicar con todo lujo de detalles, para que se reconozca de una vez, que los trabajadores europeos han vivido un paréntesis de cincuenta años durante el cual han recibido unas atenciones inusuales, pero que esto ha sido una excepción, que la historia nunca ha sido así y que probablemente nunca más volverá a ser así. Y convendría manifestar abiertamente este deseo, porque la situación excepcional europea ha sido consecuencia de las barbaridades específicamente europeas, de los 40 millones de muertos provocados por la Segunda Guerra Mundial. ¿Quiere ello decir que los trabajadores volverán a padecer miseria? Si no actuamos con inteligencia, sí —el mileurismo es una forma de miseria: pobres pero seguros. Pero el futuro no ha de ser peor si se hacen las cosas bien.
Lo que quiero decir es que tanto los trabajadores como la sociedad en general han de recibir una educación —que debería comenzar en la escuela— que les enseñe que el individuo ha de ser más autónomo y, al fin y al cabo, más libre. No podemos esperar que los poderes públicos vengan a sacarnos las castañas del fuego, bastante trabajo tienen vigilando no pisarse los cordones de los zapatos demasiado lujosos que les hemos comprado entre todos. Tendríamos que mentalizarnos de que el futuro es incerteza. No querer aceptar esto es como no querer aceptar que en verano hace calor.
Europa ha vivido en una burbuja que se mantenía por las circunstancias que la rodeaban: el impulso del Plan Marshall, la creación de la UE, el subdesarrollo de Oriente (excepto Japón), la asunción de los errores de determinados países europeos o la convicción de que no hacía falta gastar en armamento porque los Estados Unidos ya lo hacían por nosotros. Pero esto ya se ha acabado.
No quiere decir que las cosas hayan de empeorar por fuerza, pero si queremos continuar disfrutando de una vida agradable, hay ciertas condiciones que han de cambiar: hemos de asumir que cambiaremos de trabajo muchas veces a lo largo de nuestra vida profesional —mucho más que en los últimos cincuenta años. Y eso comporta cambiar de hábitos y de conocimientos, y acostumbrarse a tener trabajo durante largos períodos y a hacer paréntesis cortos en los que no será así. Y para cubrirse las espaldas posiblemente hará falta contratar algún tipo de plan de ahorro, seguro, etc. Pero también hará falta un espíritu de sacrificio y de trabajo que hoy no tenemos.
Por suerte, se abre una ventana de esperanza. No todo el mundo reacciona de la misma manera ante la globalización. Mientas algunos países han optado por emular al sector público y se han empecinado en mantener los puestos de trabajo sin abandonar algunos vicios —cosa que, si no tienes el privilegio de ser funcionario o empleado público, comporta, se pongan como se pongan salarios cada vez más bajos—, otros han demostrado que reducir salarios no es el camino, y que, para mantener una buena calidad de vida de los empleados y ser a la vez competitivos, hace falta cambiar de hábitos. Es el caso de Alemania, el primer país exportador del mundo. Hasta dónde yo sé, no es un país en el que los salarios sean bajos, ni dónde la protección social haya sido desterrada… Pero han invertido en tecnología, en métodos productivos, formación, han modificado las leyes laborales —y antes de que se ofendan los progres locales, ¡que conste que el primero en hacerlo fue el canciller socialdemócrata Schröder! A pesar de todos sus defectos, los alemanes no ha pretendido continuar como estaban. Por eso, a pesar de un euro fuertísimo, una unificación carísima, y unas limosnas elevadísimas a la Europa del sur (es decir, nosotros), lideran las exportaciones mundiales —mientras que un euro fuerte es la excusa que utilizan España e Italia para llorar, justificar sus escasas ventas exteriores y criticar la globalización.
De hecho, hay una línea que todavía separa el norte del sur de Europa. Y no es tanto de riqueza como de actitudes. Miren el gráfico siguiente referente a los países que utilizamos el euro:

exportaciones_fuera_ue

Bélgica, por ejemplo, destina más de una quinta parte de su esfuerzo laboral en exportar al mundo. Es interesante observar quién está por encima y por debajo de la media de la Zona Euro. Háganme un favor: ejerzan de analistas y liguen la situación de los países que aparecen en este ranking que acaban de ver, con el nivel de protestas antiglobalización que padece cada uno de ellos.
Evidentemente, como en todos los ámbitos de la vida, los actos tienen consecuencias. Veamos el siguiente gráfico:

costes_unitarios

El coste unitario es el coste que ha supuesto fabricar, almacenar, distribuir, vender, etc.; un producto determinado —manufacturado o de servicios—. Incluye todos los costes fijos y variables. Todos. Cuanto más altos son los costes unitarios de un país más caros se tendrán que vender los productos que fabrica. El gráfico anterior nos muestra cómo ha evolucionado la media de estos costes en unos cuantos estados de la UE.
En una de sus intervenciones con más visión sobre los problemas que acuciaban a su país y, por ende, a buena parte de Occidente, decía Winston Churchill que el mundo había cambiado y que era preciso darse cuenta de ello de una vez. Podemos aplicar al momento presente el sentido literal de sus palabras: “se acaba la época de dejarlo todo para más adelante, de las medias soluciones, del tranquilizador e incomprensible oportunismo que representa demorarlo todo. Porqué es ahora que entramos en la época de las consecuencias”.

Extracto del libro La dictadura de la incompetència, en lengua catalana. Edicions La Campana, 5ª edición 2009