¿Se equivoca con frecuencia?
septiembre 13, 2012Sergio Fernández es licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Coaching personal, ejecutivo y empresarial. Como periodista, escritor, coach, conferenciante y formador, colabora en diversos medios de comunicación, en particular en el espacio radiofónico “Pensamiento Positivo”. Es autor de las obras Vivir sin miedos y Cómo gestionar la comunicación en organizaciones públicas y no lucrativas.
¿Se equivoca con frecuencia?
«Si te equivocas sólo de vez en cuando, es que no estás aprovechando todas las oportunidades.»
Woody Allen
«Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.»
Samuel Beckett
«Si quieres maldecir a alguien, deséale diez años de bonanza.»
Proverbio chino
Recientemente entrevisté en el espacio de radio «Pensamiento positivo» a José Luis Montes, autor del libro El hombre que tuvo la fortuna de fracasar, en un espacio que dedicamos al tema del éxito y del fracaso.
Hay un momento del libro de José Luis que dice: «¿Qué pasa si lo que pensamos que queremos no es lo que deseamos en realidad? ¿Qué pasa si, además, no es lo que verdaderamente necesitamos? ¿Qué pasa si, incluso, conseguir lo que pensamos que queremos nos aleja de lo que de verdad queremos? […] ¿Por qué hay tanta gente infeliz, deprimida, insatisfecha? […] ¿Quizá porque lo que persiguen y consiguen no es lo que verdaderamente quieren?».
Es la idea de fracaso antes del fracaso. Consiga o no lo que se propone, si lo que se ha propuesto no es lo que sinceramente desea, fracasará. Pública o secretamente, pero fracasará.
«En la vida hay éxito o aprendizaje.»
Un refrán dice que hay más lamentos por las plegarias atendidas que por las no atendidas. De nuevo: creemos desear lo que en realidad no deseamos.
La cuestión no es si se tiene éxito o no. De hecho, fracasar, entendiendo por fracasar no conseguir los objetivos que uno se ha propuesto a priori, antes o después es inevitable.
Lo importante es elegir con extremo mimo y cautela esos objetivos, actuar de acuerdo a los valores y principios de uno mismo y pasárselo lo mejor posible por el camino. Eso es el éxito antes del éxito.
Con esta estrategia siempre gana: pruebe a hacer lo que sinceramente desee. Lo consiga o no, siempre gana. La razón es sencilla: cada día de su vida estará feliz y orgulloso de lo que hace. Actúe siempre de acuerdo a sus valores. Actúe siempre, siempre, siempre correctamente. Si lo hace así, es invencible. Da igual lo que suceda o deje de suceder: de antemano ha ganado. Yo he llegado a la conclusión de que en la vida suceden cosas que no siempre comprendo, por eso cuando me planteo algo, lo consiga o no, trato de no preocuparme en exceso.
–Maestro, ¿cómo aprendo a triunfar?
–Aprendiendo a fracasar.
Por eso, yo le pregunto: ¿se equivoca con frecuencia? Cuanto más se equivoque, más cerca estará de vivir la vida que desea. No hay recompensa sin riesgo. El aprendizaje es más rápido si sabemos interpretar correctamente el error. Y no se podrá equivocar si tiene miedo porque éste le paralizará.
Y en cualquier caso, se equivoque o acierte, recuerde la lección que nos regaló Epícteto, en su imprescindible y lúcido Un manual de vida: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede».
De nuevo, la cuestión no es tanto equivocarse como el discurso que se haga con ese fracaso… o con ese acierto. Una amiga afirma que en la vida sólo hay éxito o aprendizaje. Estoy de acuerdo: el pasaporte más rápido hacia el éxito es aprender de los errores.
¿Hace como los mosquitos?
«Tienes que ver en ti el cambio que quieres ver en el mundo.»
Gandhi
«Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.»
Spiderman
«No. No lo intentes. Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes.»
Maestro Yoda, La guerra de las galaxias
Decía Ortega y Gasset que toda verdad ignorada prepara su venganza. Y una de las grandes verdades ignoradas de este tiempo que vivimos es que cada uno de nosotros es el máximo responsable de su vida.
Le propongo que escoja un problema social. El que quiera. El cambio climático, el paro, la hambruna… El que desee. Después salga a la calle y pregunte a cien personas quién es el responsable del mismo. Si esto le da pereza, haga un pequeño sondeo con su familia, amigos o entorno laboral. Comprobará que, salvo algún caso aislado, le responderán que la responsabilidad es de los políticos, los banqueros, las inmobiliarias, el Banco Central Europeo o el alcalde de su pueblo.
Comprobará también que ninguno de ellos siente ninguna responsabilidad sobre lo que ha pasado. Ninguna. Sólo algún atrevido le dirá que él también tuvo algo que ver o que «todos» hemos aportado nuestro granito de arena.
Y si se siente con ganas de seguir investigando y experimentando sensaciones nuevas, puede formularles también esta pregunta: en una escala de cero a diez, ¿cómo de responsable se siente de lo que le sucede en su vida?
Escuche con atención las respuestas. Son mayoría los que no desean hacerse responsables de sus vidas. Es demasiado duro. Así que de lo de hacerse responsables de lo que pasa en su comunidad, empresa, localidad o barrio no quieren ni oir hablar. Existe un profundo desconocimiento de que somos los únicos responsables de las decisiones que tomamos en nuestra vida. Fíjese que digo «de las decisiones» y no «de lo que sucede». Sufrimos una ignorancia generalizada del poder que tenemos como seres humanos para hacer que las cosas sucedan y para influenciar positivamente nuestras vidas y las de los demás. Y ésta es una de esas verdades ignoradas que preparan su venganza.
¿Ha presenciado alguna vez una pelea de niños en el colegio? Es especialmente elocuente. Si le pregunta a Manolito por qué ha pegado a Juanito, le dirá que porque el otro lo agredió. Pero lo fascinante viene cuando después le pregunta a Juanito: le dirá que pega a Manolito porque fue el otro quien le pegó. Ninguno asume su parte de responsabilidad. Ninguno dice: «Le pego porque me da la gana». Luego a Juanito y a Manolito les crece el cuerpo, pero esta dinámica, que permite pelearse sin tener aparentemente responsabilidad alguna, se mantiene.
–¿Por qué está amargado?
–Por mi jefe.
Por eso, cuando le pregunta a Juanito por qué no lleva la vida que desea, dice que la culpa la tiene Manolito, que es su jefe y que no le paga lo que se merece, o que la culpa la tiene Manolito, que es el político de turno. Pero la culpa, obsérvelo, es siempre de otro.
–¿Cómo es que ha llegado media hora tarde?
–Por el tráfico.
Es evidente que uno no es responsable de todo lo que le pasa en la vida. Ésta reparte a cada persona unas cartas determinadas cuyo sentido es muy difícil o incluso casi imposible de comprender en determinadas ocasiones. Es evidente que vivimos en un mundo lleno de injusticias. Sin embargo, he observado cómo éstas, lamentablemente, son empleadas en ocasiones como justificación para no cambiar determinadas situaciones personales. Cada persona es responsable de cómo juega las cartas que la vida le ha entregado, por muy malas que éstas sean.
Si ha jugado o visto alguna vez una partida de póquer, sabrá que se puede ganar una partida incluso con la peor combinación de cartas. Parece más razonable aceptar las cartas que la vida nos ha dado e intentar jugar una buena partida que lamentarse o escudarse en éstas para justificar, muchas veces de antemano, la pérdida de una partida.
El problema radica cuando una persona no toma las riendas de su vida. Algunos se creen con el derecho a no hacerlo porque determinadas circunstancias de su vida no les favorecieron en un momento dado. Y precisamente por esto, delegan parte de esa responsabilidad en sus padres (que no les ayudaron), en el entorno en el que se criaron (sin oportunidades), en la sociedad (que no les comprende o que es injusta) o en su jefe o empresa (que no les retribuyen o reconocen).
Y mientras esto ocurre, su vida se consume… Tic, tac, tic, tac, tic, tac…
En una sociedad infantilizada son muy pocos los que están dispuestos a asumir la responsabilidad de lo que sucede. Aparentemente, y sólo aparentemente, es mucho más fácil quejarse que tomar las riendas. El problema de fondo es que nos sentimos pequeñitos y no somos conscientes del poder que poseemos.
Robin Sharma tiene un libro lleno de hallazgos que se llama Éxito. Una guía extraordinaria, donde encontré una idea que me parece realmente inspiradora y que es de la fundadora de la cadena The Body Shop: «Si crees que eres demasiado pequeño para ejercer cualquier influencia, intenta acostarte con un mosquito en la habitación».
No somos conscientes del poder que tenemos porque estamos dispersos. Suena a cliché eso de que usamos el 5% o el 10% de nuestro cerebro, pero yo creo que es verdad. Pruebe a concentrarse en algo y comprobará que el poder del que dispone es casi ilimitado. Cualquiera que haya tenido la fortuna de haber vivido concentrado en algún momento de su vida habrá comprobado que esos momentos han sido de dicha, de consecución de logros extraordinarios.
¿Qué pasaba cuando tenía un examen al día siguiente y no había estudiado? Pues que esa tarde obtenía un desempeño excepcional. Y como consecuencia de esto, aprobaba el examen. ¿El motivo? Estaba concentrado. No estaba disperso. Focalice su energía en algo concreto y se maravillará. No soy capaz de imaginarme cómo funcionará nuestra sociedad cuando seamos conscientes de esta otra verdad ignorada.
Ojalá cada uno de nosotros tomara conciencia del poder que tiene como persona, como trabajador, como amigo, como pareja, como líder, pero sobre todo como líder de sí mismo, como ciudadano… Ansío ver nuestra sociedad el día en el que cada uno de nosotros decida hacer frente a su colección de miedos y se convierta en ese pequeño mosquito.
Hace años vivía en un lugar donde algunos jóvenes robaban la gasolina de los coches. Lo hacían cortando los tubos que llevan la gasolina por debajo del coche. Así que durante mucho tiempo tuve que inspeccionar debajo del coche antes de arrancar para comprobar si habían cortado los tubos y para, en multitud de ocasiones, tener que empalmar el conducto antes de poder marcharme. Después, dejaron de hacerlo y me olvidé por completo de este asunto. Hasta hace poco, cuando una mañana uno de estos empalmes se rompió. Entonces, mientras estaba debajo del coche solucionando el problema, me di cuenta de la repercusión que tienen nuestros actos en el mundo. Seguramente la persona que me robó la gasolina no se pudo imaginar que muchos años después su acción tendría aún una consecuencia. El lado positivo de esta cuestión es que al revés sucede exactamente lo mismo: nadie puede saber la consecuencia de una palabra pronunciada en el momento adecuado, de una iniciativa llevada a cabo con un fin noble, incluso muchos años después. Y como no somos conscientes del poder que tenemos, vivimos desempoderados.
¿Conoce la idea de «empoderamiento»? Estar empoderado significa ser consciente del poder que tiene como persona para tomar decisiones y actuar. Estar empoderado significa ser capaz de imaginar un futuro diferente. Estar empoderado quiere decir no dejar pasar los días sin hacer nada. Cuando una persona está empoderada, detecta y aprovecha ese pequeño margen de actuación que cada ser humano tiene, sea cual sea la circunstancia que le haya tocado vivir.
En esta línea, Stephen Covey diferencia entre «círculo de preocupación» y «círculo de influencia». El primero hace referencia a todas nuestras preocupaciones, al margen de que tengamos algún control real sobre ellas o no. Mientras que el círculo de influencia se refiere a todas aquellas sobre las que sí podemos hacer algo. Las personas proactivas y empoderadas concentran su tiempo y energía sobre el círculo de influencia, mientras que las personas reactivas se concentran en aquello sobre lo que no tienen ninguna influencia.
Trabajar con nuestros recursos en nuestro círculo de influencia nos empodera porque podemos generar cambios. Y esto, además de hacernos personas más felices, hace que paralelamente el círculo de influencia se haga cada vez mayor.
Pues bien, vivimos en una sociedad de personas desempoderadas, de personas que dedican más tiempo a quejarse que a solucionar las cosas. Y a mí, ver proyectos de vidas no vividas es algo que me produce una profunda tristeza. Ya lo dijo Jung, y yo creo que esta frase es más literal de lo que aparenta: «Una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir».
Quizá está pensando que su caso es diferente, que realmente no hay cosa que pueda hacer para empezar a cambiar un poco, que madruga demasiado, que debe mucho dinero, que trabaja muchas horas o que atender a sus hijos le ocupa mucho tiempo. Es posible que lo tenga realmente difícil, es posible que sus circunstancias sean excepcionalmente complejas; sin embargo, siempre hay un pequeño margen de actuación. Mínimo quizá. Siempre podrá aprovechar para leer un rato cada día, para formarse, para ver menos televisión, para llevar una alimentación un poco más saludable, para dejar de frecuentar ese ambiente que no le conviene, para ponerse en marcha hacia la vida que desea.
Un pequeño gesto, al principio, es más que suficiente porque el pequeño gesto conducirá sin duda al grande, como una larga caminata empieza por un primer paso. Detrás de cualquier vida que admire hay una persona que empezó por una pequeña decisión. Normalmente incómoda. Recuerde lo que decía Peter Drucker: «Detrás de una empresa de éxito, alguien tomó una decisión valiente». Y con las personas sucede lo mismo: detrás de una persona de éxito, siempre hubo al menos una decisión difícil.
En cualquier caso, tenga una cosa clara: no se puede no elegir. Si usted no elige, alguien lo hará por usted. Cada decisión que no toma, alguien la está tomando en su lugar.
Si no quiere seleccionar qué película ver esta noche, habrá un programador que lo elegirá por usted con entusiasmo. Si no elige qué hacer con su dinero, habrá una oficina bancaria que estará encantada de pensar en su lugar. Si no quiere preocuparse de su salud, habrá una empresa ilusionada con la idea de venderle algo para solucionarle el problema cuando aparezca y si no sabe qué hacer con sus vacaciones, no se preocupe, alguien ya le ha preparado un itinerario detallado al minuto en el que le indicarán incluso dónde tomar las fotografías.
«No puede no elegir.»
Toda nuestra sociedad está pensada para que, si lo desea, no se tenga que involucrar con la siempre algo engorrosa tarea de decidir. Pero recuerde, no puede no elegir.
Puede ceder la potestad de elegir a otros, pero si regala precisamente lo que le hace libre, ¿qué podrá esperar de la vida entonces?
¿Aún no se ha dado cuenta de que lo que hace no le interesa a nadie?
«Perdona que te escriba una carta tan larga; no tuve tiempo de hacerla más corta.»
Carta de Marx a Engels
«Habla sólo cuando estés seguro de que tus palabras son más bellas que el silencio.»
Proverbio árabe
Sostengo que, como civilización, este hecho nos traerá problemas, pero lo cierto es que el spot publicitario ha ganado la batalla al resto de los formatos de comunicación.
Ha ganado, y se ha impuesto como modelo predominante, al e-mail, a la carta, al cine, a la novela o a cualquiera de los géneros de la prensa.
Y lo ha hecho porque lo audiovisual es más fácil de entender que lo escrito, pero sobre todo porque apela a la emoción más que al intelecto.
Además, y por si lo anterior no fuera suficiente, la publicidad es capaz de resumir y de quedarse con lo esencial.
Y esto, en un mundo saturado de información, la verdad es que se agradece.
El problema de que el spot haya ganado es que ha impuesto una pequeña dictadura: lo que no es breve y divertido no genera ningún interés.
Y si desea transformar el guión de su vida, antes o después va a tener que despertar algo de interés en los demás.
De hecho, sin unas habilidades comunicativas mínimas lo va a tener mucho más difícil: en la sociedad de la información no llegará muy lejos sin saber escribir, saber hablar y saber escuchar… Y si le da miedo o pereza mejorar cualquiera de estas habilidades, le costará más esfuerzo.
Hoy se impone la dictadura de lo concreto o, si lo prefiere, la economía de la atención: cada vez resulta más difícil conseguir la atención de los demás. De hecho, todos sufrimos de cierto déficit de concentración debido a la cantidad de estímulos que recibimos cada día.
Se dice que un periódico de hoy en día contiene la misma información que recibía en toda su vida un ciudadano de la Edad Media. Se calcula que un habitante de una gran ciudad recibe alrededor de 100.000 estímulos informativos cada día, de los cuales el 10% son publicitarios. Y yo sospecho que son aún más. ¿Sabía que la cantidad de anuncios que se calcula que un niño ha visto para cuando cumple 18 años es de cerca de 200.000? ¿Sabía que, de media, para cuando una persona cumpla los 65 años habrá visto en torno a dos millones de anuncios? ¿Sabía que Google está recibiendo más de 2.700 millones de búsquedas diarias y que la cantidad de información técnica se duplica cada año?
Los hechos son contundentes: el que no es capaz de comunicarse de manera clara, divertida y concentrada en lo esencial aburre y no logra captar la atención de otras personas.
Tome como punto de partida que lo que usted hace, dice, vende o piensa no le interesa a nadie. Además, probablemente no esté lejos de acertar. Éste es el principio sobre el que se asienta cualquier comunicación eficaz. Sólo comprendiendo que lo que hace resulta, a priori, irrelevante para el resto de la humanidad, conseguirá hacer algo para sintetizar y conseguir la atención de los demás.
«Lo que usted hace, dice, piensa o vende, a priori, no le interesa a nadie.»
Con frecuencia sucede que alguien está tan concentrado en su vida, proyecto, producto u organización que se olvida de que cuando se lo cuenta a otras personas tiene que concentrarse en ser breve, concreto y en explicar claramente para qué le sirve a su interlocutor esa comunicación.
Sufrimos de sobredosis de ombliguismo: nos encanta demasiado lo que hacemos y queremos contar hasta el último detalle. Y sin embargo, es precisamente al revés: menos es más. No cuente muchas ideas, escoja una y repítala todo el rato.
Explicar lo que hace en más de tres frases es una novela por entregas. El spot ha ganado. Esto es el siglo XXI. O es breve, o aburre. Y casi me atrevo a decir que o se es breve, o no se es.
Y si además de breve es concreto, comprobará que, entre otras cosas, sus relaciones mejoran. Ser breve es una señal de buena educación porque respeta el tiempo y la energía de los demás.
Por favor, sea ecoinformativo, vaya al grano, deje la literatura para los buenos escritores. Ya hay suficiente información inútil y suficientes conversaciones que ya han sido pronunciadas una y otra vez como para añadir más. En resumen: concreción o silencio. Mejor aún: concreción y silencio.
He visto con frecuencia cómo personas con ideas o proyectos brillantes fallaban precisamente a la hora de exponerlos públicamente y cómo eso lastraba su crecimiento. Y la causa radica normalmente en que no son capaces de explicar a su interlocutor claramente lo que ofrecen. Le propongo tres preguntas sencillas pero de una eficacia abrumadora:
–¿Es capaz de contar en dos líneas lo que propone, lo que cuenta…?
–¿La otra persona lo ha entendido? ¿Seguro?
–¿Lo ha conseguido hacer sintéticamente?
No falla. Es la prueba del algodón de una comunicación eficaz.
¿Tiene trabajos o proyectos?
«La innovación distingue al líder del seguidor.»
Steve Jobs
«La fábrica del futuro tendrá sólo dos empleados: un hombre y un perro. El cometido del hombre será dar de comer al perro. El del perro será cuidar de que el hombre no toque el equipo.»
Warren G. Bennis
A estas alturas parece inútil negar que, posiblemente, estamos experimentando uno de los mayores cambios jamás producidos en la historia de la humanidad. La transformación es a todos los niveles: económica, financiera, social, laboral, política, demográfica, medioambiental, cultural y de conciencia… Y nos afecta a todos, independientemente del país o continente en el que vivamos y de la raza, credo o nivel socioeconómico.
Es un tsunami que alcanza a todo y a todos. Es un cambio de paradigma que también está revolucionando, como no podía ser de otra forma, el concepto de puesto de trabajo o de empleo tal y como lo entendíamos hasta ahora. Hasta el punto de que lo está convirtiendo en una especie en serio peligro de extinción.
Nuestro día a día nos hace intuir que hay algo que está cambiando muy rápidamente y que las cosas no funcionan como lo hacían hace veinte años, ni tan siquiera como hace cinco. Y presentimos que dentro de otros cinco o diez funcionarán de una manera mucho más diferente. Por cierto, que nadie mate al mensajero: en este capítulo sólo reflexionaremos sobre las claves para comprender y afrontar este monumental cambio.
Más allá de nuestra experiencia cotidiana y personal, los datos apuntan a que todo esto que vemos no es sino la punta del iceberg. Un estudio de Karl Fisch aporta cifras que llevan a pensar que el gran cambio está aún por llegar. Su investigación señala que, por ejemplo, en los próximos ocho segundos por cada bebé nacido en EE.UU. nacerán cuatro en China y cinco en India; que en el 2002, EE.UU. generó 1,3 millones de graduados, mientras que en India fueron tres millones y casi 3,5 millones en China; que el 25% de la población china con el coeficiente intelectual más alto excede a la población total de EE.UU.; que los diez empleos más demandados en EE . UU . en el 2010 no existían en el 2004; que el presupuesto de Nintendo para investigación y desarrollo duplica el presupuesto de investigación e innovación en educación del gobierno de EE.UU., o que sólo este año se generará más información que en los cinco mil anteriores.
Si sigue pensando que la clave para tener éxito laboral en la vida es cursar una carrera universitaria y encontrar un empleo por cuenta ajena, si ése es su caso, no me extraña que todo este cambio le provoque miedo. Pánico es lo que tendría yo. Pero si cambia de paradigma, comprobará cómo de hecho este cambio tiene algunas ventajas.
El empleo-estable-para-toda-la-vida está amenazado de muerte en Occidente. La buena noticia es que su carrera profesional no lo está. Una frase de Reg Revans dice que todo organismo sobrevive sólo si su tasa de cambio es igual o superior a la del entorno. Y si hay algo que está cambiando ahora mismo es el entorno. Toca reciclarse.
Vivimos un tiempo de cambios exponenciales. Una de las características por la que los historiadores del futuro definirán nuestra época actual será por la rapidez con la que se suceden los cambios. El empleo por cuenta ajena, tal y como lo habíamos concebido, lo incluirán dentro de poco en los libros de primaria para explicarlo en las escuelas.
Lo cierto es que no tengo una opinión muy clara de las consecuencias que esto puede acarrear en los próximos años, pero lo que sí que tengo claro es que el mundo laboral no volverá a ser como antes y que muchas personas se quedarán descolgadas ante este gran tsunami.
Un solo trabajo es una temeridad
Recientemente, una amiga me expresó su alegría porque había encontrado un empleo por cuenta ajena. Pasados unos minutos, y una vez compartida la alegría que esto le supuso porque realmente necesitaba una fuente de ingresos, me preguntó mi opinión al respecto.
Aunque presiento que ya la conocía de antemano, le pregunté qué le parecería si El Corte Inglés anunciara públicamente que iba a quedarse con un solo cliente en toda España. Buenísimo, eso sí, pero solo uno. «Una locura», me dijo. «¿Garantizaría eso el futuro de la empresa?» «De ninguna manera », afirmó. «Pues eso es lo que estás haciendo tú…»
Considérese una empresa
Si en lugar de pensar en usted como un trabajador, se considerase a sí mismo como una pequeña empresa, la perspectiva cambiaría ligeramente. Tener un solo cliente es, sencillamente, una temeridad para cualquier compañía. Ésta es la lección número uno de cualquier emprendedor y debería serlo para cualquier trabajador también. Le invito, si es que aún no lo ha hecho, a que haga este cambio de enfoque.
La inercia de cómo han funcionado las cosas en las últimas décadas nos impide darnos cuenta de que hoy por hoy es un disparate depender de un solo pagador.
«Trabajar para una sola empresa o cliente es arriesgado.»
Lo cierto es que este modelo ha funcionado bien durante muchos años gracias a un pacto social en el que existía cierta estabilidad laboral y donde, en el improbable caso de despido, el trabajador era indemnizado y tenía derecho a pres- tación por desempleo. A cambio, el empresario recibía fidelidad y entrega.
Pero este sistema está en este momento en el punto de mira y todo parece indicar que irá progresivamente desapareciendo. Conclusión: trabajar para una sola empresa se está convirtiendo progresivamente en una opción cada vez menos sensata. Simplemente se trata de una opción demasiado imprudente, de algo que hoy en día es gratuitamente arriesgado.
Es una tendencia
Un concepto que me entusiasma es el de «tendencia». Comprender las tendencias, además de ser algo fascinante, le resultará útil para saber por dónde irán los tiros en un futuro. Pues bien, la tendencia actual del mundo del empleo es clara: los trabajos por cuenta ajena están en retroceso; trabajar por proyecto es la nueva tendencia. Por eso le preguntaba al principio si tiene trabajos o proyectos.
Buscar un empleo en un contexto en el que éstos desaparecen complica una operación que ya de por sí entraña cierta dificultad. Es la época de los proyectos. Usted decide, pero después no diga que nadie le avisó.
¿Me permite una sugerencia, especialmente si es un trabajador del conocimiento? Repita la siguiente frase a modo de mantra. Hágalo varias veces al día. Cuando se acueste y cuando se levante. No importa si trabaja por cuenta ajena o por cuenta propia. No cese hasta que la haya memorizado cada célula de su cuerpo: usted (profesionalmente hablando) es sus proyectos.
Soy perfectamente consciente de que este cambio no afectará a todos los sectores productivos por igual; hay determinadas actividades que probablemente se seguirán desempeñando como en la actualidad por mucho tiempo. Pero para aquellos sectores que trabajan con el talento, la creatividad, la innovación, la información o el conocimiento, la tendencia ya está consolidada: se impone el proyecto y desaparece el trabajo. Y la consecuencia natural del paso del empleo al proyecto es que cada vez hay más personas autoempleadas.
Desaparece el trabajo y llega el proyecto. El modelo de la era de la información o del conocimiento se parece mucho al que ya lleva funcionando mucho tiempo en Hollywood. Allí las personas trabajan por proyectos: se forma un equipo para sacar adelante una producción cinematográfica y cuando la terminan, el equipo lo festeja. Después se despiden y esperan o buscan otra oportunidad para trabajar juntos.
El talento es lo que diferenciará a unos trabajadores de otros. El talentismo, una época en la que el talento es más escaso que el capital, ya está aquí y como dicen en Funky Business Forever: «El talento hace bailar al capital». El talento ya no se deja engañar ni rinde pleitesía al contratador porque sabe que encontrará otras oportunidades y que la vida es demasiado corta. El talentismo lidera un cambio de valores. El tiempo en el que el talento no tenía otro remedio que trabajar para compañías grandes (o medianas, o pequeñas) se ha terminado. Se impone el proyecto y con él, la libertad, con todas las consecuencias, positivas y negativas, que acarrea.
La nación del agente libre
«Adiós al hombre de empresa» es el título del primer capítulo del libro Free Agent Nation (La nación de los agentes libres), un libro en el que Daniel Pink explica un cambio social silencioso pero imparable: el de los agentes libres, el de los freelances, el de los autónomos, el del autoempleo…, un fenómeno que involucra a 25 millones de norteamericanos y a más de tres millones en España.
Creo que el término de la nación de los agentes libres es afortunado porque cada vez más personas optan por autoemplearse, por ser emprendedoras, por montar una microempresa, por hacerse infoemprendedores…, por ser, en definitiva, agentes libres.
Puede que sea porque están cansadas de falsas promesas, de jornadas interminables, de retribuciones escasas o de desempeñar trabajos carentes de significado. También hay muchos que han llegado de rebote a esta situación debido a un despido o a que simplemente no han sido capaces de encontrar una ocupación a la altura de sus expectativas.
En cualquier caso, las cifras están ahí. Por un lado, las empresas no quieren contratar empleados y, por otro, cada vez son más los trabajadores que desean ser agentes libres, que prefieren trabajar por proyecto, que no están satisfechos con un modelo de trabajo propio de la extinta era industrial.
Deslocalización
Y por si todo esto fuera poco, la producción de determinados productos fuera de Occidente se extiende como la pólvora a sectores que hace unos años hubieran sido sencillamente impensables. Y lo mismo está sucediendo con determinados servicios. Hoy en día no es ciencia ficción, sino una realidad cada vez más común, y de consecuencias sociales por cierto imprevisibles, que su asistente viva a diez mil kilómetros de distancia y su informático, a ocho mil.
El fenómeno de la deslocalización, que empezó afectando a grandes corporaciones, está ya al nivel de las pymes y autoempleados. Y lo cierto es que no soy capaz de prever las consecuencias e implicaciones de este fenómeno. Sólo en mi entorno, conozco a varios autónomos que ya están contratando productos y servicios en lugares tan dispares como Argentina, Filipinas, India o China. No le hablo de grandes corporaciones, sino de pequeños profesionales sin empleados que trabajan desde su casa o despacho en España.
El trabajador europeo del futuro será un trabajador con marca, alguien con especialización y reconocido por ser líder en un nicho concreto del mercado… o probablemente será alguien pésimamente retribuido. Estos últimos son los que Andrés Pérez, autor del libro Marca personal, denomina «profesionales de marca blanca».
Marca blanca
Cualquier consumidor conoce los productos de marca blanca, propios de las grandes cadenas de distribución. Tienen dos características en común: una calidad por lo general alta, o al menos muy aceptable, y un precio muy competitivo en su relación calidad-precio. Pero, desde el punto de vista del ven- dedor, tienen un problema: son fácilmente sustituibles. No son percibidos como algo especial. Carecen de personalidad.
Algo parecido sucede con los profesionales de marca blanca. Son todos aquellos que, teniendo una buena calidad, son, sin embargo, fácilmente sustituibles. Y esto es algo que atormenta a muchos profesionales que, siendo conscientes de que desempeñan un buen trabajo, no acaban de entender por qué el mercado laboral no les ofrece mejores condiciones o, en muchos casos, ninguna condición.
La respuesta es sencilla: no son diferentes. Y si encontrar trabajo puede ser una pesadilla, hacerlo sin disponer de una característica diferencial concreta se convierte en misión casi imposible.
Cada año se incorporan al mercado miles y miles de trabajadores con una alta cualificación, pero con un grave problema: son muy parecidos entre sí. Les sucede como a los productos de marca blanca: son fácilmente sustituibles. Sinceramente, no veo más que nubes negras en el horizonte de estos profesionales.
Si a pesar de todo quiere salir al mercado laboral a buscar un empleo, piense en qué puede ser diferente. Es el único salvoconducto que podría ayudarle a pasar el filtro.
Clase creativa
Y en medio de todo este bullicio, una nueva economía, la economía del conocimiento, hace emerger una nueva clase. Es lo que autores como Richard Florida en EE.UU. o Juan Carlos Cubeiro en España llaman «la clase creativa», inte- grada por científicos, ingenieros, escritores, artistas, actores, arquitectos y trabajadores de la información y del conocimiento en general. El porcentaje de estos trabajadores en EE.UU. ya ronda el 30%.
Esta élite creativa es probablemente el futuro de Occidente, siendo, como ya somos, escasamente competitivos en la producción de bienes y de determinados servicios.
El cambio que afecta al mercado laboral no tiene precedentes. Y ahora que la transformación no ha hecho más que empezar es un buen momento para reposicionarse y reinventarse.
Hay un concepto económico que es el de coste de oportunidad. Hace referencia a lo que deja de ganar con un recurso por tenerlo produciendo en otro sitio. Si invierte un capital en la empresa A y obtiene un beneficio de diez euros al final del año y en la empresa B, el beneficio hubiera sido de doce euros, el coste de oportunidad es de dos euros. Pues el coste de oportunidad de no aprovechar estos primeros momentos de cambio es altísimo, porque cuando su trabajo desaparezca o se traslade a Asia o a Sudamérica, entonces adaptarse le resultará mucho más complicado.
Y para acabar este capítulo, le dejo con una excelente noticia: puede que los trabajos se encuentren en peligro de extinción, pero jamás ha habido tantas oportunidades de hacer dinero, de dedicarse a profesiones tan diversas, de ocuparse en nichos de mercado tan dispares, y a veces casi hasta disparatados, y de facilidades para comenzar un proyecto empresarial como en este momento de la historia.
Reflexione sobre esta idea unos instantes: usted dispone de medios para estar en condiciones de competir, por ejemplo, con unos grandes almacenes. Usted puede, con una inversión mínima, montar una tienda que hará la competencia a una misma tienda de una compañía multinacional. Y si no dispone de la información, para hacerlo, puede acceder a esa información de manera gratuita o prácticamente gratuita. En la sociedad de la información, el activo más importante es la información. Y el umbral de entrada para acceder a ésta nunca ha estado tan bajo.
Extracto de la obra Vivir sin miedos. Plataforma editorial, 2ª edición 2011