Las lecciones de la crisis
agosto 21, 2009Escritor, político, periodista y divulgador científico. Dirige el programa Redes en la 2 de TVE e imparte clases de Ciencia, Tecnología y Sociedad en la Facultad de Economía de la Universidad Ramon Llull.
Me tocó vivir unos 20 años en el extranjero, ocho de ellos en el exilio. No tiene nada de extraño, pues, que en el inicio de la transición a la democracia me obsesionara, sobre todo, la apertura de España al exterior.
Pero como ocurre con la investigación científica, cada vez nos deslumbra más lo que seguimos sin saber del todo: el origen de la vida; cómo proteger el fármaco que ingerimos en su largo peregrinaje desde la botellita de píldoras a la sangre, pasando por el intestino y el riñón, sin que se lo coma antes alguna enzima; la fotosíntesis sintética aplicada a las nuevas energías, o predecir el cambio climático.
En cambio, de todo aquello por lo que apostamos en el inicio de la Transición, lo que funciona, ha empequeñecido con relación a lo que no funciona: el colapso de las prestaciones públicas como la sanidad, la educación o la seguridad ciudadana; las amenazas de quiebra que se ciernen sobre los esquemas de la Seguridad Social; la corrupción de las administraciones locales; el poder desproporcionado de la política y los políticos; la insensibilidad generalizada frente al abuso del poder; el avasallamiento de las libertades individuales por los poderes totalitarios. Uno de los fenómenos más sorprendentes de lo que está ocurriendo en estos tiempos de crisis, tanto aquí como en Gran Bretaña, para no citar más que los dos casos más recientes, es hasta qué punto todo el estamento que vive del Erario Público puede proseguir con los abusos a los que nos tienen acostumbrados, sin recato alguno, frente a los ajustes dolorosos a los que tienen que hacer frente en su vida cotidiana el resto de los ciudadanos. Es alarmante el contraste entre la soberbia del estamento privilegiado y el miedo de las clases medias, trabajadoras e inmigrantes.
Cuando llegue la hora, dentro de unas décadas, del gran pacto social –paralelo al que sancionó en su día el estado del bienestar–, deberá limitarse taxativamente el poder del sector público, autonómico, municipal y de los partidos políticos, al tiempo que se alumbra de nuevo la participación del sector privado en la gestión de los procesos sociales.
Tarde o temprano tendremos que introducir la asignatura del desaprendizaje como disciplina escolar. Antes de que mis átomos se descohesionen –ésa es la definición que me dan mis amigos físicos cuando les pregunto qué se muere cuando uno se muere–, quiero legar a mis nietas las cuatro o cinco cosas que, a lo largo de toda una vida, he podido desaprender. Son mucho más importantes que las cosas que he aprendido.
La primera consiste en aceptar lisa y llanamente que muchas cuestiones, la gran mayoría, en realidad, no tienen respuesta todavía. No lo sabíamos al iniciarse la transición a la democracia. La tentación de buscar explicaciones sobrenaturales o violentas es muy grande cuando se carece de la humildad necesaria para ese desaprendizaje. La pandemia de la gripe, por ejemplo, es un caso muy ilustrativo: al no aceptar que no sabemos predecir el origen y desarrollo de las pandemias, se deriva en la búsqueda de todo tipo de explicaciones conspiratorias.
Otra cosa que he desaprendido, gracias a Dios, es que lo importante no es saber si hay vida después de la muerte, sino antes. “Is there a life before death?” –rezaba el grafiti pintarrajeado en el metro de Nueva York, que no he olvidado nunca. ¿Hay vida antes de la muerte?, se había preguntado alguien con buen tino al comienzo de la década de los 60. Ésa es la pregunta que los ciudadanos y los políticos deberían plantearse ahora, cuando la crisis sacude costumbres y hábitos arraigados. La otra pregunta puede esperar.
Artículo publicado, en Junio de 2009, en XLSemanal