Nuestra situación real en Europa
octubre 7, 2009Doctor en Ingeniería Industrial. Es consejero asesor de la Comisión Europea en materia de Telecomunicaciones e Informática. Preside el Information Society Forum y el European Institute for Media. Ha sido ministro de Industria y Energía y director general de la Corporació Catalana de Ràdio i Televisió.
Desde el año 2001, la Unión Europea publica un informe anual sobre la competitividad y la innovación en los países que la forman en comparación con los de otras áreas del mundo. Se trata de ir siguiendo, año tras año, la evolución de un conjunto de indicadores de cada uno de los países de la Unión Europea (y también de los índices regionales) que tienen que ver con la competitividad en el mercado internacional, comparándolos con los de fuera de Europa. Se han elaborado ya siete y acaba de aparecer el último. La conclusión general del estudio es que los índices de la Unión Europea están mejorando muy poco respecto a Japón y un poco más respecto a los Estados Unidos, pero están muy lejos de los objetivos fijados para el año 2010 en Lisboa. No recuperamos el retraso de hace diez años, y esto es preocupante porque quiere decir que los propósitos y compromisos sobre competitividad que se conocen como Agenda de Lisboa no se cumplirán y obligarán a revisar dicha Agenda.
Tomo como base los datos del 2007, que son los que tengo disponibles. España ocupa en el índice global de innovación la posición 17 entre los 27 países. Cuando el índice se comenzó a calcular, la Unión Europea sólo tenia 15 miembros y España era el número 12. Seguimos teniendo detrás a Grecia, Italia y Portugal, pero nos han pasado por delante la República Checa, Noruega, Estonia, Eslovenia y Chipre. España y estos ocho países constituyen el grupo de los llamados, diplomáticamente por parte de la Comisión, «moderadamente innovadores». El índice español está un 32% por debajo de la media europea (31 respecto de 45), aun teniendo en cuenta que esta media ha bajado mucho por la entrada de los nuevos miembros del este de Europa. España queda ahora un 50% por debajo de los líderes, Suecia, Finlandia, Dinamarca y Alemania (31 respecto de 62). El informe de este año no detalla los datos «regionales». Por tanto, no los comento, pero no quiero dejar de explicar que, en el caso particular de Cataluña, por ejemplo, el año 2001 era la segunda región española en el ranking después de Madrid, y año tras año ha ido bajando y ha sido superada sucesivamente por Euskadi y por Navarra. El año pasado ocupó el cuarto lugar, con un índice prácticamente igual al de la Comunidad Valenciana y Aragón, tan próximo que permite hablar de un ex aequo.
El índice global se calcula integrando 25 indicadores parciales, y por tanto es muy interesante analizarlos para ver cuáles son las debilidades y las fuerzas de cada país. Lo hago y aprovecho para comentar algunas observaciones que hacen los autores, ya que esto permite acercarnos más a las causas y entender el porque de nuestros malos resultados. Los autores destacan que España está por debajo de la media europea en aquellos indicadores relacionados con lo que ellos llaman «Innovación y Capacidad emprendedora» y muy específicamente en lo que se refiere a los «gastos de innovación en la empresa». Esto se añade a la muy atrasada situación en lo que respecta a «inversión en Investigación en el seno de las empresas» y la empeora.
La investigación es el origen de nuevo conocimiento y la innovación es el proceso que permite convertir este conocimiento en productos y servicios útiles. Si hay poca investigación, y por tanto poca creación de conocimiento, y encima falta dinamismo para transformar el conocimiento en negocio, no es extraño que no tengamos suficiente competitividad.
Comentan que, de los 25 indicadores parciales, España se ha estancado en 11 (por ejemplo, «inversiones en tecnologías informáticas»…) y ha empeorado en 5 («número de licenciados en ciencias e ingeniería», «participación en educación continuada», «innovación en las pequeñas empresas», «registro de patentes»…), y acaban el informe constatando que «… España tiene un comportamiento peor que el de otros países europeos con una renta per cápita inferior…».
De los muchos comentarios que contiene el estudio quiero centrarme en tres que no sé si son los más importantes, pero que a mi me han interesado mucho porque se refieren a la vertiente educativa y además están de plena actualidad. Mencionan los autores, entra otras, tres cosas que les preocupan y que se pueden formular de la siguiente manera:
— El sistema de investigación e innovación padece una disminución del capital humano y un déficit de personas con competencias profesionales, y esta tendencia puede empeorar a causa de las perspectivas demográficas. La ratificación y el despliegue del Proceso de Bolonia podría ayudar a mejorar estas tendencias, porque permite y facilita la llegada de inmigración cualificada y el retorno de estudiantes españoles que ahora están en el extranjero.
— Se ha observado una reducción del número de doctorados en ciencias e ingenierías, y una disminución de la motivación para la formación en áreas relacionadas con la técnica, cosa que hace pensar que puede haber en el futuro una falta de perfiles adecuados a las necesidades del país.
— En algunos casos se ha observado que, en vez de ser estimulada, parece que la creatividad es considerada una amenaza o un problema en el interior del sistema educativo, y esto hace que más adelante puedan fallar algunos de los elementos fundamentales del proceso de innovación.
Creo que tenemos ante nosotros una radiografía objetiva y preocupante, que desgraciadamente confirma algunos de los temores expresados en el año 2000, y que nos obliga a centrar el foco de nuestra atención hacia los procesos de educación y de formación. Entre muchos posibles, doy tres toques de atención. La urgencia de hacer transparente nuestro sistema de formación en el contexto europeo, apostando sin reticencias por lo que se ha llamado Proceso de Bolonia. La necesidad de buscar maneras de estimular el interés y la motivación por formaciones técnicas de todos los niveles, efectuando una verdadera transformación de la formación profesional. Y, finalmente, aceptar que la creatividad no es algo propio únicamente de artistas u otros agentes culturales, sino que la creatividad en todas las áreas de la vida social y económica es la clave del bienestar futuro. Estimularla es un deber y reprimirla sería un grave error.
Extracto de la obra No m’ho crec. Entendre la crisi per comprendre el món que ens espera. (No me lo creo. Entender la crisis para comprender el mundo que nos espera). La Magrana, 3ª edición, 2009