El ahorro y la banca ética
julio 3, 2011Joan Antoni Melé Cartañá estudió Física y Ciencias Exactas en la Universidad de Barcelona, y más tarde Ciencias Económicas. Ha ejercido durante treinta años la profesión bancaria como director de una caja de ahorros, hasta que, en el año 2000, pasó a trabajar en la banca ética. Desde 2006 es director territorial en Cataluña y Baleares de Triodos Bank y subdirector general de la entidad en España. Compagina esta actividad con numerosas conferencias sobre temas socioeconómicos, generalmente relacionados con el negocio bancario.
Por lo que se refiere al ahorro podríamos hacernos estas preguntas:
- ¿Cuánto ahorramos?
- ¿Por qué ahorramos?
- ¿Dónde ahorramos?
1. ¿Cuánto ahorras?
Mucha gente dice que en los tiempos que corren a duras penas llegan a final de mes y que, por tanto, no les es posible ahorrar. Al cabo de treinta años de oficio, cuando una persona me dice que no tiene dinero, dependiendo de la intensidad con que realiza tal afirmación puedo deducir el saldo de su cuenta corriente: cuanta más firmeza en la mirada y la negación, tanto más alta la cifra… Hay gente por la calle a quien uno le daría una limosna y que tienen muchísimo dinero; tampoco hay que dejarse impresionar por las apariencias.
Pero sí, hay muchísima gente que no tiene para vivir.
2. ¿Por qué ahorras?
Hay un componente del ahorro que es la previsión sensata para algunas necesidades futuras. Pero también ahorramos porque tenemos miedo. La generación de mis padres, que pasó por la guerra civil, se obsesionó con el ahorro pensado para «el día de mañana», porque en el día de mañana no sabían con qué se iban a encontrar. Por tanto, mi generación subió con un gran miedo a ese «día de mañana» misterioso, desconocido pero potencialmente tan terrible. El mensaje lleva implícito el anuncio de que vendrán cosas que tú no serás capaz de resolver y que, por tanto, vas a necesitar un agarradero que nadie te proporcionará más que el dinero que tengas ahorrado.
Y no es verdad.
De niños deberíamos haber sido educados con una visión serena del futuro, por supuesto mostrándonos lo perverso del despilfarro, pero con la seguridad de que, fuesen los que fuesen los problemas que se nos habían de presentar en la vida, una persona siempre tiene capacidad para afrontarlos.
Cualquier ser humano tiene capacidad para afrontar lo que la vida le pueda traer. Y cuando se presenten momentos difíciles, con toda seguridad encontrará alguien a al lado –un amigo, un familiar– dispuesto a ayudarle. Por tanto hay que confiar en la vida, no hay que tener miedo. Nos educan en el miedo ya desde pequeños, el miedo está implícito en la sociedad.
Así nacieron los bancos, porque la gente tenía miedo de que le robaran el dinero; por supuesto, si se hubiera sabido lo que iba a pasar con los bancos, quizá no se hubiesen creado, o lo hubiesen hecho de otra manera…
Los bancos son necesarios para completar el ciclo del ahorro.
La realidad es que los bancos sí son necesarios. No se pueden separar las figuras del banco y del ahorrador. En un principio, los banqueros eran personas con un prestigio personal que infundía confianza en las personas que les confiaban su dinero para que lo guardara, y lo hiciera trabajar. Para esto, faltaba una tercera figura que completara el ciclo del ahorro: al banquero y el ahorrador había que añadirle el emprendedor (también llamado, más impropiamente, «empresario»), una persona que tiene iniciativa y coraje.
Para ahorrar, la gente guardaba el dinero en casa. En mis primeros años de trabajador bancario en una oficina del Casco Antiguo de Barcelona, había gente que traía dinero oliendo a moho porque se había pasado mucho tiempo escondido entre baldosas o ladrillos. Pero el dinero en casa está muerto, sea en la cantidad que sea, no sirve para nada ni para nadie. A diferencia de lo que piensa mucha gente, ese dinero que llevamos al banco, el banco no lo guarda, como se está viendo recientemente. El banco trabaja con el dinero, lo recibe y lo hace circular por el mundo, en principio para que ayude a crear riqueza.
Cuando el dinero propicia el encuentro
Habitualmente, la gente que tiene dinero no sabe qué hacer con él, y en cambio la gente que tiene ideas y proyectos, generalmente no tiene dinero.
Se diría que la vida nos reparte las capacidades de forma separada, para que así los seres humanos nos vemos obligados a encontrarnos: a unos dinero, y a otros, ideas.
Este es un buen misterio.
Entonces, está claro que el banco es un dinamizador o, si se quiere, un vitalizador de un dinero que estaba muerto y que de esta manera adquiere una función social: genera puestos de trabajo, crea riqueza, y demás.
En principio, la idea que origina la existencia de un banco es que si un emprendedor tiene una idea buena y carece de dinero para desarrollarla, el banco le presta el dinero que le ha confiando quien no sabía qué hacer con él; con este dinero, el emprendedor que tiene un proyecto viable y sensato creará riqueza y a partir de ella devolverá el dinero prestado e incluso con el añadido de una pequeña cantidad que es el interés.
El tema del interés ha sido siempre objeto de polémica, incluso religiosa; las grandes religiones monoteístas restringieron mucho desde sus inicios, en sus códigos morales, el interés de los préstamos, que se llamó «usura».
La usura como sinónimo de avaricia es ciertamente una perversión, pero el tema del interés tiene sentido y razón de ser. Si yo he creado riqueza gracias a un dinero que me han prestado, tiene sentido y es justo compartir una parte de esa riqueza con aquél que me dejó el dinero que necesitaba. Y puesto que el banco lo que ha hecho ha sido dejar el dinero de un tercero, es justo que, cuando de beneficios se trate, los comparta tanto con el emprendedor como con la persona de la que inicialmente procedía ese dinero.
El problema actual del préstamo es que de golpe los bancos han decidido no dejar dinero.
Hace dos años se dejaba dinero a quien no podía devolverlo, en cantidades y condiciones irracionales, y de repente un mal día los bancos dictaminan que a partir de ahora no hay dinero para prestar. Y se da el mismo trato al empresario que mantenía una póliza digna y rentable para el banco, que al insensato que ha hipotecado por un valor astronómico su vivienda de clase media a unos plazos que apenas alcanzarán a pagar los hijos en sucesiones venideras.
Por tanto, la idea de un banco no es mala en sí.
3. ¿Dónde ahorras? El ahorro-préstamo
La gente ahorraba y llevaba el dinero a los bancos porque éstos daban seguridad; así, en caso de robo, la responsabilidad era del banco. El banco, pues, es el dinamizador de las empresas. Entonces la pregunta que surge es: ¿por qué el individuo no presta directamente al emprendedor el dinero que necesita para llevar adelante su proyecto? La respuesta, de entrada, está en la desconfianza: no me fío del emprendedor y delego mi responsabilidad en el banco; el refranero está lleno de amigos perdidos a causa del dinero…; y, por otra parte, los amigos son de lo más imaginativo a la hora de buscar argumentos para no prestarse dinero mutuamente: el argumento más sonoro que ha llegado a mis conocimiento es el de aquel que sistemáticamente no presta dinero a sus amigos porque si éstos no lo tienen será porque el destino así lo ha decidido y ¡quién es uno para interferir en el destino de otro!
Pero hay otra respuesta posible: y es que, a la hora de necesitar el dinero prestado, aquel a quien se lo han prestado no está en condiciones objetivas de devolverlo. En cambio, el banco dispone de un remanente para atender las necesidades urgentes de liquidez por parte de las personas y las instituciones, y este remanente se administra con prudencia y oportunidad.
Un banco da seguridad, liquidez y rentabilidad, lo cual es una gran tentación porque en teoría, «sin hacer nada», mi dinero me da más dinero y así se alienta el deseo de vivir sin hacer nada, lo que constituye un grave error.
En los años setenta del siglo xx, cuando yo empecé a trabajar en una caja de ahorros, nadie nos preguntaba por el tipo de interés. Las familias tenían una libreta de ahorros y al final del año, al poner la libreta al día, aparecía el interés que aquéllos ahorros habían producido.
En los años ochenta, un banco muy importante de una familia de banqueros muy importantes lanzó una campaña de publicidad con una canción muy pegadiza que se repetía doscientas veces por día en radio y televisión anunciando una «supercuenta» por la que el banco ofrecía un 10 % de interés. En ese momento, el público empezó a preguntarnos a los empleados de las cajas de ahorros qué «dábamos nosotros» de interés por sus cartillas y teníamos que contestar que el 2,75 %…
Así empezó la civilización del «oye, que «dan»…», «a mí, ¿qué me «das»…?». Consecuencia: «ley» de la oferta y la demanda, competitividad, todos los bancos empezamos a pisarnos los talones: «yo, el diez», «yo el nueve», «yo el once… y, en seguida, «yo, el diez y una cubertería», «pues yo, una vajilla», «pues yo, unas copas de cava»…, caramba, unas copas de cava estupendas con las que deslumbrar a los invitados. Nadie necesitaba la cubertería, ni la vajilla ni mucho menos las copas de cava pero como las «regalaban», había cola en los bancos para meter allí el dinero que habían sacado de donde sólo «daban» mantelerías y copas de vino.
El piso que compramos por doce millones lo hemos vendido por cincuenta… Hemos hecho el gran negocio… de impedirles a nuestros hijos que puedan comprarse ellos su propio piso.
Toda esta parafernalia en el fondo estaba insultando a los clientes medianamente conscientes de su propia dignidad, pero todo valía con tal de que cualquier tipo de cliente llevara su dinero al banco más audaz en sus «regalos». En aquel tiempo hubo en Barcelona un banco (que ya no existe) que pagaba el doce por ciento en cuenta corriente. Y nadie se daba cuenta de que, mientras tanto, las hipotecas subían al diecisiete y hasta diecinueve por ciento (¡ahora están al cinco!) y la gente no podía comprometerse a comprar un piso.
En realidad, y tras los oropeles, no era muy bonito que el banco pagara el doce por ciento a los padres de unos jóvenes a quienes negaba por sistema el acceso a una hipoteca. Es lo mismo que nos ha sucedido a nosotros en los últimos años: el piso que compramos por doce millones lo hemos vendido por cincuenta… Hemos hecho el gran negocio… de impedirles a nuestros hijos que puedan comprarse ellos su propio piso.
En resumen, estamos creando un mundo en el que sólo existe la palabra «yo» para indicar a las personas. Estamos creando un problema al mundo.
Entre tanto, el gran banco, la gran caja de ahorros, la gran supercuenta siguen navegando por la economía…, o quizás habría que denominarla «econosuya».
En mis últimos años en la Caja donde trabajaba, los ahorradores ya no me preguntaban por el interés de su cuenta, sino que me amenazaban con ella:
– ¿Qué me «das» por mi dinero?
– Está en el cinco por ciento.
– ¡Ja, el cinco! Si aquí al lado me dan el cinco con veinte…
– Pues lo siento, pero es lo que se puede ofrecer.
– Está en el cinco por ciento.
– ¡Ja, el cinco! Si aquí al lado me dan el cinco con veinte…
– Pues lo siento, pero es lo que se puede ofrecer.
Y gente a la que habías ayudado cuando tenía problemas, por un cero con veinte te sacaban la cuenta y se la llevaban al banco de la calle de enfrente.
– Es que el dinero es el dinero y no tiene amigos, y el cero con veinte es el cero con veinte, y qué quieres que te diga…
4. ¿Qué van a hacer con mi dinero?
Lo que jamás en mis treinta años de trabajo en una caja de ahorros, ni a mí ni a ningún compañero mío o conocido trabajador en el negocio bancario, nadie, nunca nos preguntó qué íbamos a hacer con el dinero que nos confiaban.
Y esta es la clave del problema.
Evidentemente, tu dinero no se queda en el banco. Tú lo depositas en una entidad bancaria, pero él está circulando por el mundo y, probablemente, repartido entre muchas empresas.
¿Te has preguntado dónde está tu dinero? ¿Te has preguntado alguna vez qué realidad social está generando tu dinero en el mundo? Porque esta es la clave de la situación y es la clave de lo que está pasando hoy en el mundo con todas las inquietantes preguntas con las que he iniciado este libro.
La ventaja del dolor y del sufrimiento es que despiertan las conciencias.
En los años sesenta, se vivieron situaciones similares a las que estamos viviendo en la actualidad, entre ellas, la guerra de Vietnam que para su tiempo fue, como recientemente la de Irak, muy mediática; si la de Irak ha sido una guerra preventiva del terrorismo, entonces lo fue del comunismo (la teoría del dominó de Kissinger). Los vietnamitas defendieron su dignidad y su vida, y pasó lo que pasó: los Estados Unidos se metieron en la trampa, cientos de miles de millones de dólares, la muerte de muchos soldados americanos… La ventaja del dolor y del sufrimiento es que despiertan las conciencias. Cuando empezaron a llegar los féretros de los muertos la gente empezó a preguntarse qué estaba haciendo su país en Vietnam (probablemente antes habían tenido que investigar dónde estaba Vietnam y qué era lo que ocurría allí). En 1968, Estados Unidos había gastado quinientos mil millones de dólares en el país asiático. Pues bien, hasta el año 2008, la guerra de Irak ha costado tres billones de euros (no tres mil millones, sino directamente tres billones de euros). Mucha gente se está preguntando quién financia todo esto, de dónde sale tantísimo dinero.
Es una pregunta inocente. ¿De dónde va a salir, el dinero? ¿Quién está capacitado para financiar las monstruosas empresas armamentísticas? La respuesta es tan sencilla como que sólo puede financiar quien guarda el dinero: la banca, es decir los bancos y las cajas de ahorros. La guerra es un negocio que mueve cientos de miles de millones en el mundo. Además, en los paraísos fiscales, con el dinero de las armas se blanquea el dinero que procede de las drogas y la prostitución. Por esto los paraísos no pueden desaparecer como lo anunció, después del atentado de las Torres Gemelas, un imprudente G. Bush a quien tuvo que rectificar inmediatamente su vicepresidente, o como se ha vuelto a anunciar en la última reunión del G-20.
El problema del dinero es que cuando ya no se puede ganar más, da la impresión de que se está perdiendo.
Es una pregunta fundamental: ¿cómo es posible que hoy se estén financiando más de cuarenta confl ictos armados en el mundo? La respuesta la tenemos en casa: preguntémonos qué hemos hecho con nuestro dinero. Nadie ha hecho nada, nos hemos limitado a llevarlo al banco con la esperanza o la exigencia de que nos dé el máximo interés posible. Hemos de ir al banco y felicitarle porque lo ha hecho bien: ha metido nuestro dinero allí donde podía ser más rentable. Si el criterio es el máximo beneficio, el banco lo está haciendo muy bien: lo ha invertido en los negocios más rentables legales (armas, petróleo, alimentación transgénica…), pero con estas inversiones se han financiado actividades ilegales como los tráficos de la prostitución y de las drogas. Si lo único que pretendemos es que nuestro dinero dé el máximo, la culpa de las armas y las guerras, de la prostitución y las drogas no es solamente de los bancos, sino de todos los que metemos nuestro dinero en ellos.
Somos responsables de lo que se hace en el mundo con nuestro dinero.
Y como que no hace mucho el papa Benedicto XVI pedía a los cristianos que colocaran su dinero en banca ética, es de esperar que todas las cuentas del Vaticano y de las congregaciones católicas ya se estén traspasando a bancos éticos, para que se gestionen con conciencia.
El problema del dinero es que cuando ya no se puede ganar más, da la impresión de que se está perdiendo.
Y no es verdad. El concepto de que el dinero ha de dar dinero es el cáncer de la civilización. En un organismo, el cáncer se produce cuando las células empiezan a crecer más de lo que les toca en un lugar del cuerpo. Desde esta imagen podríamos decir que tenemos un cáncer social, porque el dinero no puede crecer indefinidamente. Como en la naturaleza, en la que el fruto debe morir para que las semillas generen nueva vida, también una parte de nuestro dinero (el excedente) debe morir, y morir aquí significa donarlo a otros para que se generen nuevas ideas..
Extracto de la obra Dinero y conciencia. ¿A quién sirve mi dinero? Plataforma Editorial, 2010. 4ª edición